Autor: Pedro A. Gómez Ruzzo
Todos los caminos de crecimiento espiritual están unidos a un concepto
importante, que si bien tiene connotaciones psicológicas, hay que diferenciarlo
y enmarcarlo de forma correcta desde lo espiritual.
Este concepto es el de “nuestras personalidades”; y en todas las doctrinas
espirituales (incluso en la cristiana) se invita a realizar un trabajo intenso
en erradicar o “matar” a nuestras propias personalidades.
Nuestras personalidades se pueden resumir como las formas que tenemos de
asumir diferentes situaciones de vida dese nuestra humanidad (terrenal-mental).
Ante una situación de vida en particular, cada uno de nosotros actúa de una
forma determinada. Y dicha forma dependerá en parte de nuestro temperamento (la
parte innata que traemos de nuestro carácter) pero mucho más de cómo hemos
“aprendido a ser”.
Nuestro pasado, los errores cometidos, los aciertos alcanzados, los
condicionamientos que nos han programado de forma subconsciente para actuar de
alguna forma específica; todos han formado lo que se pueden llamar nuestras
personalidades, nuestra forma particular de ser.
Pero no todas nuestras personalidades son malas; tenemos también formas
correctas de asumir situaciones. Cuando se habla de “matar a nuestras propias personalidades”,
nos referimos a aquellas personalidades que “se sienten heridas” en ciertos
momentos y por lo tanto nos hacen sufrir. En un instante coloco un ejemplo.
Roles o personalidades
Pero no podemos confundir a nuestras personalidades con nuestros roles.
Sobre los roles hemos hablado en otros escritos; y son esos “papeles”,
“personales” o “actividades” que nos toca ejercer en nuestra vida, en
diferentes situaciones.
Por ejemplo tenemos el rol de hijo/a, de hermano/a, de novia/o, de
esposo/a, de padre, de madre, de empleado, de ciudadano, de peatón, de
conductor, de alguna profesión, de jefe, de amigo, de funcionario público, etc.
En cambio, las personalidades están más asociadas a la forma en la cual
ejercemos nuestros roles; a la “forma de ser”: sumisa, controladora, impetuosa,
agresiva, pacífica, desconsiderada, orgullosa, altruista, egocéntrica, “críticona”,
altanera, soberbia, rencorosa, perfeccionista, amorosa, alcahueta, permisiva,
restrictiva, sobreprotectora, posesiva, insegura, desanimada, lastimera,
expectante, ansiosa, generosa, indiferente, etc.
Se pudiera decir que, de forma muy simplificada, los roles son lo que
hacemos y las personalidades son el cómo lo hacemos.
Ejercer un rol, no es ni malo ni bueno; si lo tenemos, debemos honrarlo y
asumirlo. La diferencia vendrá en las personalidades desde las cuales actuemos
en dichos roles.
El problema de las
personalidades
Si analizamos el sufrimiento humano desde una perspectiva amplia
(holística), incluso lo que parecería ser solo una enfermedad física, llevaría
consigo una “personalidad herida”.
Como sanador, esa es una de las tareas que se debe realizar: identificar
cuál personalidad está herida en una persona que siente un malestar y desde
allí ayudarla. Cuidado… en una misma situación pueden existir varias
personalidades heridas.
Lo inicial es identificar las personalidades susceptibles a ser heridas
(“heribles”). No es difícil saber que estamos actuando bajo una de estas
personalidades; ya que estará manifestándose en cualquier situación que esté
produciendo un malestar.
Por ejemplo, si una persona se siente herida por una acción de otra, más
allá de haber sido una acción que amerite reprobación; el sentirse herido es
opcional. El malestar no dependerá de la acción totalmente; sino de la
personalidad con la cual la primera persona está “viviendo” dicha situación.
Por eso vemos que ante una misma acción (sea la que sea) diferentes
personas pueden asumirla de diferentes forma; porque son sus personalidades
diferentes las que la abordan.
Un ejemplo más específico puede ser el de la reacción de un padre ante un
hijo que obtiene malas calificaciones por no haber estudiado. Un hombre (en su
rol de padre) puede actuar bajo diferentes personalidades: agresiva,
aleccionadora, comprensiva, indiferente, etc.
No es cuestión aquí de evaluar cuál es la mejor personalidad (ya que
dependerá mucho del contexto de la
situación), sino de ver si la personalidad que se ejerce causa un malestar real
(¡cuidado con los pseudosentimientos!). La “personalidad herida”, la que duele
cuando asume la situación, posiblemente no resuelva el caso del hijo; por lo
cual abría que erradicarla.
Si bien podemos imaginar ejemplos sencillos, la identificación de la
personalidad herida puede no ser muy evidente. Generalmente se requiere de
ayuda.
Las personalidades y lo
espiritual
Con lo dicho hasta ahora, no es difícil darse cuenta de que las
personalidades pertenecen a nuestra mente; y ya hemos dicho que nuestra mente
es diferente a nuestro espíritu.
Nuestra mente se vuelve protagónica en nuestra vida cuando siente algún
tipo de agresión o necesidad de protegerse (por percibir algún daño). Ya vimos
que nos sentimos agredidos cuando alguna de nuestras personalidades se siente
agredida (herida).
Por lo tanto, si logramos erradicar a nuestras personalidades
problemáticas, dejaremos de sentir agresión dentro de las situaciones y por lo
tanto nuestra mente no tendrá la necesidad de protagonizar nuestra realidad.
Recordemos a ecuación básica de nuestra espiritualidad: el “equilibrio de
las consciencia”. Mientras mayor consciencia mental, menos conciencia
espiritual. Mientras sintamos más agresión en nuestra vida, habrá un dominio
mayor de nuestra mente tratando de controlar; lo que provocará una menor presencia
del espíritu.
Si nuestra mente permanece tranquila, las probabilidades de que nuestro
espíritu aflore son mayores. Y eso es lo que se quiere en un camino de
crecimiento espiritual.
Por lo tanto: si “matamos” a nuestras personalidades que tienen un alto
potencial de sentirse heridas (agredidas); tendremos mayor oportunidad de que
nuestro espíritu se manifieste en nuestra vida.
Sin saberlo, muchas consignas espirituales apuntan a la erradicación de las
personalices. Como solo un ejemplo la que reza: “Todos somos UNO”,
Si bien es evidente que “cada cabeza es un mundo” y con experiencias de
vidas distintas cada uno actuará de forma diferente ante situaciones similares;
la única forma en que todos nos fundamos con el UNO, de que todos seamos “iguales”,
es primero erradiquemos esas personalidades que nos hacen diferentes.
Sin esas personalidades, todos quedamos en esencia pura, en espíritu.
Las personalidades en las
religiones
Hay baluartes representativos de este concepto de “matar a nuestra
personalidades” en diferentes religiones.
En el Hinduismo encontramos toda la enseñanza detrás de “la Shakti” (la escencia
femenina), donde Madre Kali es tal vez su más alta representación.
La iconografía de esta deidad es muy mal comprendida en occidente. De hecho, se le conoce como la Diosa
de la muerte, pero no se sabe que en realidad se alude a la muerte de nuestras
personalidades “heribles”, que no dejan que nuestro espíritu se manifieste.
Y en su iconografía, Madre Kali se representa muy fiera; vestida y adornada
con extremidades humanas desmembradas y cabezas cortadas. Estas no representan
otra cosa sino los pedazos de personalidades con las cuales pensamos (cabezas),
actuamos (brazos) y recorremos nuestro camino de vida encarnada (a veces con piernas),
siempre alejados de Dios. Son estos pedazos de nosotros los que debemos
“arrancarnos”, metafóricamente hablando, para que nuestro espíritu aflore con
rapidez.
En nuestro cristianismo tenemos una representación más cercana en nuestra
Madre la Virgen María.
Ella misma tuvo que “negarse a sí misma” (negar sus personalidades) para
aceptar la voluntad de Dios. Lo entendemos así cuando asumió un embarazo fuera
de los cánones sociales del momento; y cuando asumió la muerte de su Hijo en la
cruz.
Hay otras escenas más que evidencian una sumisión de sus
personalidades humanas a lo que era la voluntad de Dios; pero en las dos
citadas, la Virgen pudo haber actuado con una personalidad orgullosa, de mujer respetada
socialmente y reaccionar ante el embarazo de Jesús; y en la muerte de su hijo
pudo haber actuado dentro de su rol de madre, con una personalidad lastimera o
incluso violenta. Ambas las suprimió por Dios.
La misma idea de la “vacuidad” budista que apunta un poco a la idea de
lograr quedar “vacíos” de esas personalidades humanas, representadas por “los
deseos expectantes”; para así poder llegar a la iluminación.
El trabajo de suprimir, erradicar o “matar” a nuestras propias
personalidades humanas (terrenales/mentales) para permitir que el espíritu sea
el que comience a protagonizar nuestra vida, es el supremo esfuerzo que se debe
hacer en cualquier esquema de crecimiento espiritual.
Toda esta explicación, tal vez enredada, es lo que está en el trasfondo en
los sencillos consejos populares de “hacer lo correcto” y de “no hacer a los
demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti”.
Aún hay mucha tela que cortar, pero apoyémonos en los años que nos queda
por compartir juntos; se necesitarán todos ellos y más, para poder explicarlo y
entenderlo.
Namasté
Pedro A. Gómez Ruzzo.
Master Reiki Usui-Tibetano, Karuna Ki, Reiki Mineral
Original: 25 de noviembre del 2015.
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Palabras-claves personalidades, roles, kali, virgen,
maría, vacuidad, hinduísmo, cristianismo, budismo