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jueves, 31 de enero de 2013

Obrar bien - estar bien

Autor: Pedro A. Gómez Ruzzo

Es un lugar común oír, argumentar, enseñar, en todos los ámbitos de la vida, que si obramos bien, vamos a estar bien. Desde la educación familiar, pasando por la formal (intelectual) hasta la religiosa.


Crecemos con esa idea y desde nuestro corazón lleno de buenas intenciones, hacemos no pocos esfuerzos por hacer las cosas bien. Pero entonces, de buenas a primera las cosas salen mal, no pareciendo corresponder a nuestras acciones correctas. Es allí donde comienzan los problemas.

Cuando esas “contradicciones” suceden, cuando nuestras “buenas acciones” no llevan a un “bien estar”, el ser humano comienza a esgrimir cualquier cantidad de argumentos para tratar de entender porqué sucede algo de esa forma. En ese intento brincamos de lo sublime a lo ridículo:
  1. Los demás están en contra mía.
  2. Soy demasiado buen@ y por eso no quieren que surja.
  3. De alguna forma me lo merezco.
  4. Yo no sirvo para nada, todo me sale mal, estoy condenad@ al fracaso.
  5. No tengo suerte.
  6. Tengo una maldición.
  7. Dios me está enseñando algo.
  8. Dios me está castigando.
  9. Me hicieron un trabajo de brujería.
  10. Me pasa por karma.
  11. Eso no es para mí.
  12. No me toca ahora, “el tiempo de Dios es perfecto”, etc.
Cualquiera de estos argumentos pueden tener algún grado de veracidad; claro está, con algunos necesarios ajustes y aclaraciones en contexto. Pero la verdad sigue siendo inobjetable: si no estoy bien, pues es que no estoy obrando bien.


Vamos a definir bien la palabra “obrar”. Sin entrar en definiciones oficiales, obrar es hacer “algo” para obtener “algo”, es la acción que se ejecuta con un fin específico. Obrar bien entonces es hacer las cosas correctamente, lo que debería rendir buenos dividendos.


Entonces, más claros que el sol, ¿dónde está la falla? No es que estemos obrando mal a conciencia, sino que no estamos conscientes de qué cosa deberíamos hacer en todos los aspectos que conforman nuestro ser. ¿Aspectos que conforman nuestro ser? Sí; y ese es el problema, no nos conocemos en totalidad.

Para el común de las personas ya es complicado tratar con solo tres de las partes más conocidas de nuestro ser: cuerpo, mente y emociones. Ya compramos la idea de que además de prepararnos intelectualmente, debemos controlar el estrés mental, además de cuidar nuestro cuerpo con una dieta sana y el ejercicio necesario, sin olvidar que ahora nuestras emociones negativas nos pueden enfermar.

Se entiende fácilmente que aunque seamos muy capaces intelectualmente, si no se obra bien con el cuerpo físico y si no obramos bien con nuestras emociones, podemos no estar bien.

Al tener conciencia y actuar correctamente en estos tres aspectos, el “estar bien - obrar bien” parece una igualdad más probable. Pero aun así esta relación a veces que falla.

La respuesta sigue siendo sencilla; aún tenemos otros aspectos en nuestro ser que desconocemos y por tanto ni los tratamos. En el mejor de los casos giramos en una rueda del azar con momentos de bienestar y otros de malestar, los mismos que no comprendemos y que tratamos de explicar con argumentos como los anteriores.

Cuando hablo de bienestar, siempre lo defino como “bienestar integral”, siendo este el promedio de los bienestares en todos nuestros aspectos constitutivos. Pero va más allá que el simple promedio, ya que cada uno de esos aspectos condiciona a los demás. Si estamos mal en algún aspecto, más temprano que tarde ese malestar se contagia hacia los demás, bajando mucho más deprisa el bienestar integral.

Pero sea como sea es indispensable definirnos bien; tratar de identificar cuales son esas partes que nos conforman y que podemos tratar como unidades funcionales.

Más de una vez he presentado y explicado las partes que nos conforman, pero aquí vamos solo a recordarlos: cuerpo físico, cuerpo mental, cuerpo emocional, cuerpo energético, cuerpo astral, cuerpo causal y cuerpo espiritual. Sí, son cuatro más de los tres que ya conocíamos y que nos complicaban la vida.

Pero el punto no es que todos nos volvamos expertos en cada uno de ellos (para eso estamos los terapeutas holísticos) sino que poco a poco vayamos tomando consciencia de que somos más de lo que vemos con nuestros ojos físicos.

Entonces, con esto ya claro, podemos comenzar a poner los puntos sobre las “íes”. El “obrar bien” no se refiere únicamente a cuidar las acciones sobre nuestro cuerpo físico, mental, emocional o incluso espiritual de forma aislada. Hay que considerar todos los cuerpos.

Por ejemplo, si estamos expuestos a ambientes agresivos energéticamente, vamos a tener un factor “invisible” de malestar que va a contagiar a los tres otros aspectos que sí estamos cuidando; como consecuencia podemos “no estar bien”.

Si tenemos, por ejemplo, un compromiso en nuestro aspecto astral, el cual no tratamos por desconocimiento o que incluso dañamos nosotros mismos por descuido o ignorancia, nuestro bienestar se va a ver afectado, Esto no va a ser comprensible a nuestra mente limitada al cuerpo físico, mental y emocional.

Todos estos aspectos o cuerpos tienen sus procedimientos para mantenerlos sanos (enfoque preventivo) así como para intentar recuperarlos de ser necesario (enfoque correctivo). Estas acciones entran dentro de las prácticas energéticas, astrales, religiosas, filosóficas, entre otras. Muchas de estas prácticas que buscan este bienestar “sutil” han dado forma a terapias de salud complementaria.

Este necesidad, muchas veces instintiva, han guiado a la humanidad a buscar mecanismos de bienestar complementario y a asumirlos dentro de sus vidas, para que cada vez haya menos cosas que se pasen por alto.

Pero, como siempre, la automedicación no es prudente. Lo más aconsejable es buscar asesoría experimentada; primero que entienda el concepto de multidimensionalidad del ser humano y segundo que tenga propuestas claras y experiencia de ayuda en los aspectos necesarios.

Luego de esto sí es una realidad; “actuar bien” (en todos los cuerpos) se convierte en “estar bien” de forma integral.

La invitación es a conocernos nosotros mismos, a entender qué partes nos conforman y por lo menos aprender a actuar de forma preventiva para condicionar a esa rueda del azar hacia un mayor bienestar, el mayor tiempo posible.

La próxima vez que sientas que no estás bien y no descubras la causa evidente, o que a pesar de los esfuerzos no logras mejorar, piensa en que alguna parte no evidente de ti puede estar necesitando de tu atención, no cierres tu mente y busca ayuda.

Namasté.

Pedro A. Gómez Ruzzo.
Master Reiki Usui-Tibetano, Karuna Ki, Reiki Mineral
Original: 30 de enero del 2013
Twitter: @eReiki

miércoles, 30 de enero de 2013

Relaciones entre padres e hijos

Autor: Pedro A. Gómez Ruzzo

Las relaciones interpersonales son cosas que hay que saber manejar y las más cercanas (familiares directos) son mucho más de cuidado (en otros escritos me refería a ellas como relaciones kármicas obligantes)

Siempre los padres decimos que “no nos enseñan a serlo”, pero tampoco hay instrucciones claras para ser hijos; recomendaciones si, muchas.

Vamos a plantear aquí esa relación entre padres (papá o mamá) e hijos. Es la relación más kármicamente obligante que podamos tener y por tanto es la que debemos cuidar con mayor esmero; creánme que puede llegar a condicionar muchísimo nuestro futuro; para bien o para mal. Por algo hay un mandamiento como el de “honra a tu padre y a tu madre”.

Está claro que los padres tenemos un compromiso de cuidado, protección, guía y cobijo de nuestros hijos cuando aún no están listos para salir al mundo como adultos; pero la relación va más allá. La adultez (o madurez) la define una serie de capacidades, de herramientas de vida, de experiencias acumuladas que ayuden a una persona a ser autónomos, a aprender que de sus propios actos se pueden gloriar o se pueden condenar. Al fin de cuentas, como espíritus que somos en este camino, vinimos a eso; a aprender a que con nuestras acciones podemos construir nuestro bienestar (o malestar).

Pero esa madurez ¿quién la marca?, ¿qué la define?, ¿cuándo comienza?, ¿cuándo nuestros hijos deben comenzar a afrontar sus vidas saliendo de debajo de las alas de los padres?


No puedo argumentar aspectos ni médicos, ni psicológicos, ni legales, pero los espirituales son suficientemente fáciles para argumentar y digerir.

Comienzo con dos planeamientos claros que he argumentado en muchas ocasiones:
  1. Tenemos libre albedrío: esto no significa que podemos hacer lo que nos de la gana, sino que depende únicamente de nosotros si queremos estar bien o queremos estar mal; tenemos (o deberíamos tener) esa capacidad de escogencia para asumir las situaciones y actuar para condicionar nuestra realidad. ¿Qué no lo sabemos hacer? Eso es otro tema, el no prestar “atención a las lecciones de la vida” y el no prepararse también es elección nuestra.
  2. El malestar en nosotros simplemente significa que hay algo que no estamos haciendo bien, que algo va mal o que hemos venido descuidando algo. El malestar no se asume ni se sufre, es sólo una alarma para saber que tenemos que cambiar de táctica de vida, porque lo estamos enfrentando como no es.
Tomemos como un comienzo de la madurez la edad legal (el comienzo a afrontar la vida por sus propias manos), en nuestro caso los 18 años. Claro que este comienzo cronológico puede estar condicionado por situaciones particulares como algunas deficiencias, minusvalías, etc.

Llegada a esa edad, las personas deben comenzar a enfrentar sus responsabilidades y a recibir sus premios en cualquier sociedad regida por leyes. Los hijos también llegado el momento, deben poder comenzar a “utilizar su madurez”, para demostrase que pueden ser exitosos por ellos mismos o para aprender que cuando se equivocan deben pagar por sus errores. Es un derecho de todo ser humano.


Pero eso en ningún instante significa que llegado el momento los padres deben abandonar a los hijos. Sus funciones deben ser las mismas que siempre: la de Guías. 

Sí, la misma; y si bien parece un contrasentido porque con los hijos pequeños debemos ser diferentes a con los ya adultos, el contrasentido está en que con los pequeños a veces también nos equivocamos.

Más allá de las obligaciones obvias de sustento y manutención, el enseñarles a los hijos pequeños valores para la vida, el enseñarles a vivir y a cómo enfrentar las situaciones se debe realizar desde la figura de Guía.

Un Guía es alguien que acompaña a otra persona la cual quiere alcanzar algo, llegar a una meta o a un lugar. Esa meta puede ser la de llegar a ser un adulto sano y de provecho. Pero un Guía lo acompaña “agarrado de la mano”. Claro que este “agarre” es metafórico. El agarrarle la mano da idea clara de cercanía, de estar al lado, de ver todo lo que hace el guiado y de proponer opciones, dar consejos para dar los pasos que correspondan. Pero hay que notar que si bien están agarrados de las manos, los pies son independientes. El Guía puede advertir de una piedra en el camino, pero el guiado tiene la potestad de dar su propio paso sobre ella o contra ella.

El Guía nunca va a cargar al guiado a menos que no sea una emergencia; únicamente lo acompaña y nunca lo suelta de la mano. Si el guiado se equivoca y se mete por un camino errado, el Guía estará con él (no le suelta de la mano) intentando que corrija el paso. Pero el intento debe ser inteligente, porque si el trabajo de guía no se hace bien, el guiado puede optar por fastidiarse y soltarle él la mano al Guía para seguir caminando solo.

Entonces, todo padre (como guía que debe ser) tiene que estar MUY cerca de los hijos, dejarlos actuar cuidando sus pasos para prevenirlos y sobre todo proponerles acciones que aseguren la llegada a su meta. 

La mayoría de las veces como padres asumimos no la posición de Guías sino de Maestros, y eso es un error garrafal. Un Maestro, a diferencia de un Guía, opina, dice, enseña, critica, pero no recorre el camino con su discípulo. Es el discípulo el que decide caminar con el Maestro. 

El Maestro puede no comprometerse con la meta del discípulo, porque entiende que su camino es propio; el Guía si tiene responsabilidad directa de que el guiado llegue o no, bien o mal. 

El Guía siempre está allí y si bien en algún momento puede no saber dar la dirección exacta, acompaña siempre; en algún momento será útil. 

Una de las imágenes que siempre me viene a la mente en una relación filial es la de la Virgen María con el Señor Jesús. A una Madre que cría, enseña, amonesta a Jesús Niño cuando hace cosas no prudentes, la cual tuvo que proponer valores para la vida para hacerlo un hombre valiente decidido, seguro de sí mismo. A una Madre que invita a Jesús Joven a que haga cosas por su bien (Bodas de Canaá). Pero también a una Madre a los pies de la cruz acompañando a Jesús el Cristo, su hijo adulto, en silencio doloroso, respetando y honrando lo que su hijo había decidido hacer con su vida, con las peores consecuencias humanas para él mismo. 

Muchos padres sólo criticamos a los hijos, sin darles opciones o proponerles reflexiones para generar cambios en forma de ver las situaciones; les corregimos pero no les hacemos seguimiento, y los hijos se sienten totalmente solos en el camino. Y en el peor de los casos, cuando vemos que no estamos haciendo nuestro trabajo bien, abandonamos nuestra funciones en ves de corregir nosotros mismos. 

Un padre (como Guía) debe convertirse en un GPS cuando su hijo intenta manejar su vida. EL GPS no maneja el carro, el hijo es el que debe mover el volante y los pedales. Si el GPS, con una ruta fijada, ve que se está alejando del camino correcto, debe alertar y dar propuestas de cómo corregir el rumbo, no sólo zumbar o criticar o llorar. El GPS NUNCA se baja del carro, es su misión quedarse allí siempre, pero si se vuelve muy insoportable y no ayuda o da las instrucciones incorrectas, el conductor (hijo) siempre puede apagarlo o arrancarlo y echarlo por la ventana. En ese caso, el GPS (padre) nunca más podrá encenderse o subirse por su propia cuenta a la vida el hijo. 

Un Maestro es como una dirección de destino muy clara y precisa, acompañada de una buena señalización en el camino, pero no guía en cada paso. El Maestro está establecido, el Guía se establece en cada momento. 

Esa figura de padre como Guía debe mantenerse siempre; cuando los hijos son jóvenes o adultos. El enfrentamiento entre padres y sus hijos comenzando la adultez se da generalmente cuando el padre trata de mantener aún la figura de Maestro, que probablemente ejerció erróneamente cuando el hijo era joven. 

A nivel místico esto se entiende muy fácil. Entre un Maestro y discípulo no hay una relación kármicamente obligante; sino que es el Maestro el que asume el karma del discípulo bajo su propia responsabilidad. En cambio, un padre sí tiene lazos kármicos en común con sus hijos, que deben limpiar, lo quiera o no; y es indispensable que recorran el camino de la vida juntos porque es con la experiencia de vida compartida que se sanan dichos lazos (o se empeoran) 

Ahora bien, parece todo culpa de los padres; pero cuidado hijos. Si queremos comenzar a hacer valer nuestro derecho divino de construir nuestras vidas por nosotros mismos, debemos comenzar a ser adultos. Cuando se nos reclame algo, dejemos la estupidez de buscar culpables afuera; dejemos la niñería de culpar a mamá o a papá de que hizo esto o dejó de hacer lo otro; de que me trató así o de la otra manera, de que quiso más al otro que a mí, de que si me abandonó o me sobreprotegió. La noticia es que difícilmente seremos mejores padres que nuestros propios padres, y si queremos intentar hacerlo mejor debemos dejar de culpar a nadie por nuestros errores. 

Además, cuando estemos mal, siempre vamos a querer un abrazo a papá o mamá. Al ver que podemos no estar en el camino correcto (cuando nos sintamos mal), siempre vamos a buscar instintivamente al GPS; si en algún momento lo tiramos por la ventana, probablemente no sepamos ni a donde retroceder para ver si aún está allí para subirlo al carro e instalarlo de nuevo. A lo mejor será tarde, a lo mejor perdimos mucho tiempo en el camino equivocado y a lo mejor cuando lleguemos a nuestra meta, la celebración se habrá acabado y añoraremos mucho más el hombro de tus Guías. 

Honra a tu padre y a tu madre”, Dios quiera que aún los tengas. 

Namasté. 

Pedro A. Gómez Ruzzo.
Master Reiki Usui-Tibetano, Karuna Ki, Reiki Mineral
Original: 30 de enero del 2013
Twitter: @eReiki

lunes, 21 de enero de 2013

El karma cotidiano

Autor: Pedro A. Gómez Ruzzo

¡Que falta hace el conocimiento místico en una sociedad!

En realidad lo primero que haría falta es que se nos terminara de (o comenzara a) inculcar la idea de que somos más que carne y hueso, más que terrenalidad, mucho más que logros económicos e intelectuales; y aunque me duela decirlo, desde mi criterio la mayoría de nuestras religiones han fallado en este intento.

Y digo fallado porque a pesar de que seguro han tenido éxitos importantes con personas (individuales) no se ve la tarea global de convencer a nadie de que somos consciencias espirituales que debemos buscar crecer, cultivarnos, llegar a ese lugar, a ese estado de consciencia (Paz), que podemos ubicar al lado de Dios. Es mi humilde opinión.

Y no digo que las religiones no puedan hacerlo, ¡claro que pueden!; tiene el conocimiento correcto, tienen las herramientas, tienen los rituales, tienen todo; y eso hace la situación mucho más crítica.

Dios envía a sus emisarios a predicar las enseñanzas, pero a veces parece que ni a ellos se les dan las instrucciones completas.

Y esa falta de consciencia personal de nuestra espiritualidad (Autoconsciencia dentro de Evolución Consciente) nos deja ciegos en nuestras acciones. Parecemos borregos viviendo, tropezándonos, tambaleándonos, excretando a cada paso; sin darnos cuenta de lo que estamos haciendo con nosotros mismos ni de lo que estamos dejando a nuestro paso. Después, no sabemos porqué nos sentimos mal o porqué nos suceden las cosas o qué podemos hacer para cambiar las situaciones para mejor.

Un tema principal de todo esto es la idea de Causa-Efecto. En el colegio aprendemos que es una ley física y que a cada acción corresponde una reacción; hasta aprendemos los principios y las fórmulas, pero nunca se nos explica que esa ley es una realidad también en el plano no físico. 

La Ley de Causa y Efecto fue inicialmente (y seguirá siéndolo) una Ley Espiritual (universal). También en plano sutil cuando hacemos algo (cualquier cosa) estamos provocando una reacción, más allá de si estamos conscientes de ello, o si lo entendemos o si lo creemos; una ley es una ley.

El desconocimiento de la ley no exonera de su cumplimiento”. Cuando tu lanzas una pelota contra una pared, la pelota rebota porque la pared ejerce una fuerza igual y opuesta que lanza a la pelota de vuelta... y ni la pared y ni la pelota saben de física. 

Pero como el sistema es complejo (como nuestra vida) la fuerza de rebote no es igual a la aplicada y la pelota no se devuelve exactamente al lugar de procedencia, porque hay energía que se transforma por ejemplo en calor y hay otras fuerzas como la fricción, que si bien son mucho menos evidente, complican el entendimiento. 

Todo pasa de forma perfecta y totalmente predeterminada (dependiendo de la comprensión de quien lo analiza) sin la consciencia, ni la voluntad, ni la determinación de los actuantes (la pelota y la pared). A lo mejor la pelota no quería ir hacia la pared, pero la lanzaron y todo ocurrió. A lo mejor la pared quería quedarse con la pelota, pero no habían las condiciones (las leyes) para que eso pudiera pasar.

Nuestra vida está regida por leyes; y son las religiones dentro de sus ámbitos místicos las que las conocen a cabalidad (para eso son las religiones). El problema es que si bien alguna vez no fue prudente darlas a conocer, ya es hora; la humanidad se está comprometiendo con su futuro para mal cada vez más y debemos comenzar a soltar el conocimiento.

Un hecho básico y trivial es la enseñanza del concepto de “pecado”. El concepto del pecado se enmarca dentro de la misma Ley de Acción y Reacción (que espero que nadie desconozca) y que, duélale a quien le duela, es la misma Ley del Karma.

El concepto del pecado y del karma es el mismo; si hacemos cosas “inconveniente” vamos a tener que resarcirlas con acciones “convenientes”. La diferencia entre estos dos conceptos es la forma de sanarlo/limpiarlo/pagarlo y la trascendencia que tienen según sus doctrinas, en cuanto a que si se paga en una vida o en muchas vidas (reencarnaciones).

Para llegar al Cielo debemos redimirnos de nuestros pecados; para llegar al Nirvana debemos limpiar nuestro karma. Las acciones malas nos manchamos de pecado; con acciones malas aumentamos nuestro karma negativo. Yo voy a seguir con el término de “karma” (karma negativo) en vez de pecado, simplemente para no herir susceptibilidades.

Lo que si es cierto es que, exista la reencarnación o no, ya es más que suficiente vivir en nuestro presente, no solo limpiando nuestras manchas sino intentando no ensuciarnos más. Por lo tanto, enfoquémonos en nuestra cotidianidad.

La idea de una mala acción a nivel espiritual muchas veces se centra de forma equivocada en “cosas grandes o importantes”. Pero si volvemos a ver a nuestra vida como algo inmerso en una maraña de leyes universales (bueno en realidad son sólo 7 hilos) y recordamos el ejemplo de la pelota, las mismas leyes se aplican independientemente del tamaño de la pelota, o del color de la pared, por ejemplo. Es cierto que en algunos casos se pueda generar más calor en el rebote (dependiendo del tamaño y material de la pelota, etc) pero siempre se genera calor.

Gota en gota el vaso reboza”, “gota a gota se rompe la roca”. En nuestro día a día, en cada acción que hacemos deberíamos estar consciente que estamos generando algo a nuestro alrededor; y decir a nuestro alrededor es decir a las personas que nos rodea. Sería excelente saber si es algo bueno para repetirlo o algo malo para evitarlo. 

Por otra parte, tenemos una tendencia humana a despreciar a las cosas pequeñas. Esa tendencia deberíamos sustituirla por los conceptos de constancia y acumulación. Las pequeñas cosas buenas que hacemos constantemente se acumulan hasta dar beneficios importantes (sea el ahorro o sea indulgencias espirituales), pero las cosas malas constantes también se acumulan y terminan por trastornas nuestra vida.

Pero comencemos con un poco de consciencia. “¿Qué cosas malas puedo estar haciendo en mi cotidianidad, si yo me porto siempre bien?”.... (uhhhh ¿será que respondo?)...

Recordemos a la pelota; generó calor sin ella saber y muchos menos sin ella querer. El calor desgasta, cada golpe contra la pared va venciendo al material y la pelota termina dañándose. Cada interacción nuestra también genera calor, en nosotros y en los demás.

El símil del calor que siempre utilizo se relaciona con el malestar. Cuando nosotros hacemos algo que genera malestar en otra persona, pues le estamos generando calor (aunque nosotros no sintamos el calor en nosotros mismos).

Cuando nuestras acciones alteran la tranquilidad del alguien, estamos acumulando karma, y el karma siempre es un lazo kármico, es decir que se genera y se comparte entre los involucrados. Por eso no vale la excusa de que “a mi no te afectó”, se genera un alzo kármico entre dos y en algún momento va a tener que limpiarse.

El argumento que podría seguir es: “Ah!! pero yo no creo en esa deuda con los demás, yo nunca hago nada malo y si los demás se molestan es problema de ellos”. Te trascribo:


Mateo 5:23-24

23. Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti,

24. deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda.”


El argumento ahora podría ser: “ok, ok, pero yo no creo en la Biblia ni en las religiones”; si es así pues buenas suerte y nos vemos en otra oportunidad. Pero si intentamos crecer con orden y tenemos a estos escritos como guía, debemos analizarlo.

Debemos fijarnos que allí se expresa claramente de que para que puedas “entregar tu ofrenda a Dios”, analogía de morir en gracias o si deseas simplemente de seguir tu camino de crecimiento espiritual (lo que te va a dar bienestar), no es suficiente que tú no tengas nada pendiente con los demás, sino que los demás no tengan nada pendiente contigo.

Y esta reflexión no es descabellada, ya que eso significa “portarse bien”; tener una conducta con los menos reproches posibles de parte de los demás, es decir, tener una conducta que le haya provocado el menor malestar posible a los demás; es decir, que le hayamos producido el menor calor posible, es decir, que hayamos acumulado el menor karma posible..

Pero cuidado, a veces no nos damos cuenta de lo que hacemos (pero ley es ley). Ejemplifiquemos con algunas cotidianidades y volvamos al karma.

  1. Cuando un peatón cruza la vía fuera del rayado establecido para elo y eso molesta a algún conductor, pues esa acción generó una reacción negativa en el conductor (generó malestar) y por lo tanto se crea un lazo kármico y se acumula karma negativo (en AMBOS). Una gota para la roca.
  2. Cuando un conductor atraviesa su vehículo entorpeciendo el tráfico, genera mucho malestar en los demás, generando karma negativo y compartiéndolo con todos. Algunas gotas más.
  3. Cuando un motorizado se atraviesa a los vehículos o no sede el paso, genera karma negativo para él mismo y para los conductores de autos... otras gotas más.
  4. Cuando estamos molestos por algo y eso nos lleva a incomodar a otras personas no involucradas. No sólo ya tenemos karma con el que nos incomodó, sino que nosotros involucramos a los inocentes que tenemos alrededor, lanzando lazos kármicos negativos con ellos también. Muchas gotas más.
  5. Cuando sin querer y sin siquiera percatarnos, nos tropezamos con alguien y le tumbamos el café. Otra gota más. Si por lo menos nos hubiéramos dado cuenta y ofrecido disculpas sinceras, es posible que el agraviado hubiera entendido, no se hubiera molestado y así el karma no aparece (¿ya vamos agarrando los ejemplos?)
  6. Cuando nos “coleamos” o le pedimos a alguien de una cola que nos realice algún trámite y por eso se molesta el de atrás.... ¿adivinamos? Se genera karma negativo, entre el “abusador”, entre el “pobre de atrás que se molestó” y con “el que le acepta hacer el favor”, no se salva ninguno.


Podríamos seguir por páginas escribiendo cotidianidades que van acumulando, gota tras gota, karma negativo y al final con el tiempo encontramos que nuestra vida (y la de nuestras familias) es un desastre. Pare ese momento seguramente ya ni nos recordaremos de esas “tonterías que hicimos”.

Vivimos ensuciándonos constantemente, vivimos cotidianamente haciendo votos por nuestro malestar futuro (de esta o de las vidas subsiguientes); y en el párrafo anterior nombro a nuestras familias porque nuestro karma personal afecta directamente a nuestros hijos, parejas, padres, madres, etc., a todos con los que tenemos relaciones kármicas obligantes.

Pero tampoco podemos vivir ahora de forma paranoica observando cada respiración que damos para prevenir que alguien se moleste. La solución es sencilla: que comencemos a tener relaciones interpersonales responsables (de parejas, laborales, comunitarias, etc.) y esto lo podemos hacer adoptando (no menospreciando) las correctas normas de convivencia en los diferentes aspectos. Que respetemos las leyes, los reglamentos y el “deber ser” por más pequeños que sean.

Si nos damos cuenta, no necesitamos de fiscales para que nos penalicen los incumplimientos, las Leyes Universales se encargan de ello de forma automática, al igual que se encargan de premiarnos cuando sea el caso; “nada se le escapa a Dios” 

Todo esto se agrava si no tenemos prácticas de vida (crecimiento espiritual) con las cuales estemos constantemente limpiando nuestras karmas (pecados). Si además de ensuciarnos, no aprendemos a limpiarnos podemos imaginar cómo vamos a terminar.

Estás “prácticas de buena vida” son presentadas por nuestras religiones; pero entiéndase bien: son prácticas, no teorías.

A todo esto podemos adicionar otra ley universal, la Ley de Atracción; esta condiciona nuestro presente y futuro inmediato de forma muy determinante, pero por ahora es suficiente con lo dicho.

Vivamos entonces con consciencia de que todas nuestras acciones puede salvarnos o condenarnos, por más pequeñas que sean no podemos ignorarlas.

Namasté.

Pedro A. Gómez Ruzzo.
Master Reiki Usui-Tibetano, Karuna Ki, Reiki Mineral
Original: 21 de enero del 2013
Twitter: @eReiki

domingo, 20 de enero de 2013

Tu franja astral de interacción

Autor: Pedro A. Gómez Ruzzo

Somos seres integrales, constituidos por varias capas o planos de consciencia o existencia. Probablemente ya las conocen: física, mental, emocional, energética, astral, kármico y espiritual.

Toda la existencia del ser humano trascurre en todos estos planos de forma simultanea, pero no necesariamente similar. Cada acción o experiencia que tengamos, está produciendo un impacto (positivo o negativo) en cada uno de los planos; pero no hay necesariamente similitud de acciones o experiencias; ejemplifico a continuación. Si nos hacemos una cortada en un dedo (plano físico), nuestra mente se alerta, nuestras emociones se alteran, nuestras energías van al rescate, nuestra astralidad también se ve afectada al igual que nuestro karma y nuestro espíritu (a pesar de que puede ser de forma nada evidente).

Otro ejemplo. Nosotros trabajamos constantemente en plano astral, pudiendo hacer cosas diferentes a las que hacemos en plano terrenal – (físico/mental), por eso no nos damos cuenta. Pero en plano astral también se produce un desgaste y podemos sentirlo en nuestro cuerpo energético, emocional, mental y hasta físico.

Esta concepción multidimensional del ser humano es extremadamente útil cuando nos abocamos a procesos de sanación. El malestar puede tener su origen en planos no evidentes para nuestra consciencia mental y el tratar de recuperar la salud concentrándose en acciones o terapias en los planos donde no está el origen, puede ser infructuoso o en el mejor de los casos generar procesos de sanación muy lentos.

Pero no hablemos de salud. La multidimensionalidad también se presenta en cosas tan “simples” como las relaciones interpersonales. Una relación entre dos personas puede verse como un fenómeno físico, mental y/o emocional; pero la verdad es que también los otros planos están involucrados. Y ese es el tema de este escrito.

Siempre digo que en cada cuerpo sutil, o plano, tenemos “alturas” o parámetros que nos caracterizan. Podemos decir, de forma no exclusiva, que:
  1. En el cuerpo físico un parámetro que nos caracteriza puede ser la talla (altura y peso)
  2. En nuestro cuerpo mental es el coeficiente Intelectual (inteligencia)
  3. En nuestro cuerpo emocional tenemos el nivel de Inteligencia Emocional y el nivel de empatía.
  4. En nuestro cuerpo energético tenemos la cantidad y calidad (vibración) energética.
  5. En nuestro cuerpo astral (astralidad) tenemos un nivel de Luz
  6. En nuestro karma (cuerpo causal) la cantidad de energía kármica por depurar.
  7. Y en nuestro espíritu defino la Altura Espiritual.
(Nota: por eso es tan importante no descuidar ninguno de nuestros aspectos, porque en cada uno de ellos tenemos cosas que desarrollar o cuidar)


Todas estas alturas o niveles vienen a condicionar nuestras acciones y como consecuencia nuestro bienestar integral. Mientras mayor sea nuestra altura promedio, mayor será nuestro bienestar.

Si tratamos de ver cómo cada una de estas alturas condicionan nuestras acciones o vivencias, pudiéramos escribir cientos de páginas, pero vamos comenzar tímidamente a enfocar cómo nuestro plano astral condiciona nuestras relaciones interpersonales.

Al hablar de nuestro nivel astral solemos simplificarlo ubicando nuestro nivel de Luz en uno de las tres divisiones con las que se conoce dicho plano astral: astral bajo, astral medio o astral alto. En realidad el plano astral es un degradé infinito de luminosidad que va desde la luz más densa (para no decir oscuridad) hasta la más luminosa (como puerta de entrada al plano espiritual). Pudiéramos dividirlo en 10 niveles o 100 o 1000 y darnos un valor en cualquiera de ellos, pero en realidad nuestro nivel astral no es un valor sino una franja (un rango) comprendida entre un valor más bajo y uno más alto.

Todos nosotros en plano astral oscilamos dentro de nuestra franja personal y es por este motivo que podemos a veces ser “más iluminados” y en otras “mas problemáticos”. Cuando sanamos/evolucionamos a nivel astral, lo que hacemos es subir esa franja a niveles superiores, pero siempre será una franja. Mantengamos a esta idea en mente.

Cuando nos encontramos con otra persona, para que sea una “relación posible” (aprovechable y duradera) debe haber, por supuesto, algún tipo de aceptación física; además de un nivel intelectual (mental) similar, una compatibilidad de valores (emocional) y aunque no lo tengamos consciente hay una compatibilidad energética. Esta compatibilidad energética se evidencia en el agrado de estar juntos, en el procurar o disfrutar la compañía mutua y a veces de forma más intima esa compatibilidad se siente como “la química” que aparece entre dos personas. Argumentaciones similares (aunque más complicadas) se pueden hacer para los planos kármicos y espirituales.

Pero el plano astral no se queda de lado. Para que se lleve a cabo una relación personal útil, debe existir compatibilidad astral. La compatibilidad astral se produce cuando las franjas astrales se intersectan teniendo un área astral común. Debo recalcar que cuando hablo de entablar una relación útil no me refiero a una relación buena o mala, sino a una relación que nos permita interactuar con algún tipo de aprovechamiento, de aprendizaje.

Es tan sencillo como que en el plano astral también tenemos convivencia; y para poder convivir debemos “vernos en astral”. “Nos vemos en astral” cuando compartimos niveles (en nuestras franjas).

Veamos el dibujo siguiente. Allí se muestran cuatro personas, las dos primeras interrelacionándose entre si (la persona A y la persona B) y las dos últimas por su cuenta (C y D). Se destacan las franjas astrales de cada persona.
 
Se ve claramente que puede darse una relación interpersonal entre las personas A y B ya que ambas franjas comparten un pequeño espacio astral, suficiente para que se compartan cosas en ese plano. Entre las personas C y D probablemente no haya mayor interacción que cualquiera de forma casual; pero no se va a tener la oportunidad de entablar alguna relación por la falta de interacción en este plano astral tan importante.

Ahora bien; si el plano astral está condicionando una relación interpersonal, pero este es solo uno de los planos, ¿cuánto impacto tiene esta interacción en una relación personal en comparación con los otros planos?

Este es un punto importantísimo. Lo primero que hay que destacar es que una verdadera relación personal exige que la mayoría de los planos (si no es posible la totalidad) estén involucrados. Se esta idea comienza a aceptarse fácilmente cuando se afirma que una relación personal basada únicamente en lo físico no tiene mucho futuro o de igual forma una relación basada en el intelecto no va a llegar a profundizar. Así con cualquiera de los otros planos.

Si nos planteamos nuevamente como seres de múltiples planos y aceptamos que no somos únicamente cuerpo físico sino también alma y espíritu, dentro de ese segmento “sutil” el impacto del plano astral ocupa un porcentaje muy alto.

Poner números precisos es absurdo, pero siempre utilizo porcentajes simplemente para presentar magnitudes generales. Si pondero que una relación interpersonal es 90% sutil (energética) y 10% física, de ese porcentaje sutil podría estimar que alrededor de la mitad es astral. Sacando valores meramente ilustrativos, diría que el 45% de una relación interpersonal está condicionada por nuestro plano astral.

¿Desquiciado? No podría defenderlo, pero solo quiero indicar que es un porcentaje nada despreciable.

Toda esta simple explicación es muy útil para argumentar situaciones con las relaciones interpersonales. Relaciones que se forman, que se rompen, relaciones tóxicas, relaciones sanadoras, relaciones entre maestros y discípulos soportan esta teoría.

Además, concejos populares como el de “no andes con personas complicadas” o “procura amigos iguales o mejores que tú”, se explican y se entienden totalmente con este esquema de franjas astrales. Voy a presentarlo de forma muy resumida.

Como parte de nuestro bienestar, de nuestro crecimiento, buscamos siempre el incremento de nuestro nivel de Luz (de la altura de nuestra franja astral). Se preguntarán ¿pero cómo estoy haciendo esto si ni siquiera tenía idea de que existieran estas franjas? Pues lo hacemos y desde siempre. La moral, el comportarse bien, el ser honesto, el ser correcto, son prácticas astrales (podemos decir “auto-tratamientos”), y esta práctica ha sido una pequeña parte de la función de enseñanzas sagradas (de las religiones bien practicadas, textos sagrados). Entonces nosotros siempre estamos intentando ir en ascenso en nuestra astralidad (tener más Luz).

Cuando encontramos a alguien y comenzamos a tener una relación personal, pues lo que ha sucedido es que hemos encontrado a una persona con la que mi franja astral se intersecta. En ese caso, si la relación interpersonal continúa, comienza a haber un compartir de esas energías astrales de ambos lo que tiende a igualar ambas franjas. La que está más pesada (baja) va a frenar el ascenso o bajar el nivel de la que está más arriba, mientras que la superior tiende a halar a la que está mas abajo; ¿cuál es la resultante? Depende de cuál tenga mayor empuje, constancia, trabajo, etc.

Dime con quien andas y te diré quien eres” ¿se entiende ahora? La idea de que una “mala amistad” puede “dañar” a una persona inocente o buena, ahora tiene lógica. Hay personas menos “cultivadas” astral o espiritualmente (su franja astral tiene poco empuje ascendente) que terminan siendo manipuladas/absorbidas por personas con “vidas complicadas” (franjas astrales más bajas). Estas últimas bajan el nivel de Luz de las primeras. 

Por el contrario, si te relacionas con una persona de mayor Luz, tu astralidad tiende a acelerarse hacia arriba; ese es uno de los beneficios tangenciales de interrelacionarse con Santos, Maestros, Guías, etc.

Si se dieron cuenta hablé de personas “cultivadas espiritualmente” pero sabemos que nuestra astralidad es diferente a nuestra espiritualidad. Lo que sucede es que por ser planos vecinos, cuando una persona cultiva su espíritu este literalmente tiende a “halar” hacia arriba su nivel de Luz.

Aún se podrían decir muchas más cosas; este escrito apenas raya la superficie. Hablamos de relaciones interpersonales entre seres vivos, pero existen también relaciones con seres en astral no encarnados. Como esta, mil extensiones más.

Pero creo que el objetivo se cumplió: plantear que hay mucho más allá de lo que solemos considerar en nuestras vidas y que tendremos mayor probabilidad de ser felices si comenzamos a abrir nuestro entendimiento y salir de nuestros pequeños espacios mentales.

Podría terminar como siempre, recordando lo importante que es cultivar el espíritu de forma sería; pero esta vez solo quiero pedir que sigas los consejos populares, escoge a tus amistades y no te enganches es relaciones patológicas, ni con los demás ni contigo mism@; bajan tu astral y frenan tu crecimiento.

Namasté.

Pedro A. Gómez Ruzzo.
Master Reiki Usui-Tibetano, Karuna Ki, Reiki Mineral
Original: 20 de enero del 2013
Twitter: @eReiki

jueves, 10 de enero de 2013

La madurez del espíritu


Autor: Pedro A. Gómez Ruzzo

Estuve tentado por unos segundos a colocar como título “la madurez del alma” para que fuera más general (por el concepto generalizado del “alma”), pero en realidad lo que se debe madurar es el espíritu, así que coloqué lo correcto... pero bueno, es un tema complicado del que volveremos a hablar en otro momento.

Cuando buscamos estar mejor, avanzar, progresar, evolucionar, sanar; uno de los enfoques válidos es comenzar un recorrido de crecimiento espiritual; claro está, sin abandonar nuestros otros aspectos (físico, mental, emocional, energético, astral y kármico)

Y si bien este camino de crecimiento hay muchas formas de enfrentarlo (ya conversadas también en escritos anteriores); siempre sale la pregunta de si lo estamos haciendo bien.

Si estamos creciendo vamos pasando de un estado incipiente a uno más evolucionado y algo así lo que se conoce como madurar. En los aspectos físico, mental y emocional, el concepto de madurez (física, mental y emocional) se maneja y se entiende muy bien.

Pero “como es en el cielo es en la tierra”, si en los planos descritos se puede aplicar el término de madurez, a nivel espiritual también; y por eso vamos a tratar de definirlo.

Cuando buscamos crecer en espíritu, lo que se plantea dentro de “Evolución Consciente” es el desarrollo de los “dones espirituales”; a saber: amor incondicional, humildad, tolerancia, desapego, compasión, servicio, agradecimiento y auto-consciencia. Cada uno de ellos tiene su definición particular y su práctica específica (a veces no como se conoce comúnmente). Y al igual que la presencia de ciertas hormonas específicas marca la madurez biológica (pubertad) la madurez espiritual se puede comenzar a identificar con la presencia de ciertos niveles de dones específicos.

Si bien el desarrollo de los dones no es rigurosamente secuencial sino que se pueden trabajar algunos en paralelos y además, algunos de ellos serán más fáciles para unas personas que para otras. Dentro de ellos hay tres dones que se espera estén presente a un nivel apreciable y estable para que el camino de crecimiento espiritual sea sostenido (sin tantos altibajos).

La presencia de estos tres dones en niveles adecuados, es lo que define a un espíritu que comienza a ser maduro. La madurez espiritual aquí no implica ni logro ni llegada a ninguna meta, por el contrario, determina la posibilidad real de compromiso, el comienzo de las obligaciones dentro de su crecimiento. Al igual que de un adolescente o un adulto se esperan cosas que no se le puede pedir a un niño, de un espíritu que comienza su madurez se espera su compromiso, su seriedad, con él mismo, con su alrededor y con su Dios.

Los dones que definen el comienzo de la madurez espiritual son: compasión, humildad y tolerancia. Cuando una persona en su desarrollo espiritual ha llegado a cultivar una magnitud apropiada y sostenidas de estos dones (ponerle un valor de 1 al 100 es imposible), se espera sea más consciente de su vida espiritual y por lo tanto mucho más comprometido. Este compromiso acelera su propio camino de crecimiento sostenido.

Pero no es cosa de decir que se es compasivo o humilde o tolerante en algunos casos pero en otros no. Si algunos de estos dones llega a ese valor apropiado, ese don se manifiesta en cualquier situación sea de la intensidad que sea. Uno no puede ser Ser humano en algunos casos y en otros no, uno no puede decir que tiene una vista 20x20 pero que le cuesta leer algunas cosas.

Importante también es que sean dones sostenidos. Si a veces se es compasivo con una misma persona, pero hay otras que le saca de sus casillas, pues no se es compasivo de forma sostenida. Si tenemos muchos altibajos entre una tolerancia de mártir y un juicio del demonio, pues no somos aun tolerantes.

Pero no sólo es la magnitud y lo permanente, sino que hay que revisar qué significan estos dones dentro de la espiritualidad. Estos conceptos son difíciles de expresar en palabras, ya que hay que vivirlos y aprenderlos con la práctica guiada; pero podemos resumirlo como sigue:

Compasión: el entendimiento de que cada persona en este mundo está actuando de la mejor manera que puede dentro de sus limitaciones personales. Estoy lleva a no juzgarla. La Compasión no exonera de la responsabilidad.
Humildad: el entendimiento de que cada situación que sucede tiene una razón de ser y es una acción perfecta permitida por Dios para planes mayores a nuestro entendimiento. Así que no hay queja. La humildad se ejerce únicamente con Dios. La Humildad no invita a la pasividad.
Tolerancia: el soportar las situaciones sin aislarse o alejarse de ellas desde el entendido de que son necesarias para tu crecimiento y evolución. Parte de la tolerancia es saber cuales son esas situaciones necesarias y de cuales se debe “salir corriendo”. La Tolerancia no es “aguante”.

Estas tres definiciones están peligrosamente resumidas, porque pueden caer en la simpleza de las palabras y así mal entenderse, pero para efectos de este texto dan las ideas requeridas. Si deseas utilizarlas para comenzar a practicar, se debe ahondar en su significado.

Y todo este tema viene a colación porque marca una característica de este año 2013 como nueva era (que comenzó el 21 de diciembre del 2012). Esta nueva era está consagrada a los espíritus que hayan comenzado su madurez; a aquellos que transitando su camino espiritual deben tomar las riendas de su realidad, es parte de su obligación. Se espera más de estos espíritus maduros, se exige más de ellos, deben asumirlo o correr con las consecuencias.

De cualquier manera el camino no se acaba, hay que seguir creciendo.

Namasté.
Pedro A. Gómez Ruzzo.
Master Reiki Usui-Tibetano, Karuna Ki, Reiki Mineral
Original: 10 de enero del 2013
Twitter: @eReiki

martes, 8 de enero de 2013

Ayudar o no ayudar, ¿esa es la pregunta?

Autor: Pedro A. Gómez Ruzzo

Vivimos en un mundo aún algo confuso pero con personas cada vez más comprometidas con el resto de la humanidad.

No sé si siempre ha sido así; probablemente sea innato en la naturaleza, pero lo que si es cierto es que entre las religiones (que poco a poco van haciéndose más parte de la vida cotidiana) y con las filosofías de vida estilo Nueva Era; la idea de que somos Uno, de que debemos ayudar a nuestro prójimo es mejor asumida por cada vez más personas.

Muchas veces encontramos a personas a quienes quisiéramos ayudar (de hecho las buscamos) y desde una actitud sincera y honesta les prestamos nuestras manos para que mejoren alguna condición personal que no le esté trayendo bienestar.

Y hablo de una actitud sincera y honesta para excluir a los “metiches”, a “los que buscan protagonizar”, a “los manipuladores”, que siempre hay y que se presentan como redentores de la humanidad entera.

Cuando se nos invita a ayudar a “nuestro prójimo”, debemos leer bien: ”nuestro prójimo” (prójimo = cercano, vecino, próximo). Nuestro prójimo no es todo el mundo, sino el que por alguna relación esté cerca de nosotros (padre, hijos, hermanos, vecinos – el de al dado -, compañero de trabajo – el de la misma oficina o adyacente, etc.)

Esta conciencia de “proximidad” es necesaria para ofrecer ayuda y tiene sus razones místicas (kármicas). Esta “proximidad” definitivamente hace más OBLIGANTE la ayuda en algunos casos; obligación que no se tiene con los que no hay un compromiso tan fuerte y que lo evidencia una relación ligera, lejana, poco tangible o inexistente.

Además, esta necesidad de “proximidad” parecería egoísta, pero en realidad no lo es. Si de verdad nos hemos dedicado a sacar adelante situaciones difíciles de nuestra propia familia, sabremos lo duro que es y el tiempo y el esfuerzo que implican; en muchas de estas situaciones difícilmente podemos tomar tiempo para nosotros mismos y mucho menos para ayudar a los lejanos.

Y por otro lado, el tema de ayudar no es únicamente nuestro. Si conseguimos ayudar con eficiencia a nuestros próximos, ellos mismos ayudarán a sus próximos y sus próximos a otros más allá formándose una cadena de bienestar donde cada eslabón toma el compromiso de su entorno inmediato, como debería ser, ¿no?

Debemos cuidarnos siempre de no ser “luz para la calle y oscuridad para la casa”. Muchas veces la ayuda la brindamos a personas lejanas a nosotros, por la simple razón de que es más fácil, tenemos menos compromiso en todos los niveles. Por eso la verdadera ayuda se da a los más “próximos”.

Si pudiéramos definir una escala de “próximos”, categorizada por las relaciones de convivencia más “obligantes” (y por tanto de ayuda), tendríamos en orden de más a menos próximos a:

  1. padres-hijos
  2. hermanos-hermanos
  3. pareja-pareja
  4. familia extendida-familia extendida
  5. amigos-amigos
  6. vecinos-vecinos
  7. todos los demás.

Aclarado el punto de lo que pudiéramos llamar “próximos naturales”, hay otras personas que si bien no son familias pasan a comprometernos más en algún momento. Estos son los que acuden a ti de forma intencionada buscando de tu ayuda, o los que el destino (Dios, el Universo, los ángeles...) te cruzan en el camino con algún problema. Con esas personas uno pasa a tener una “obligación temporal de ayuda”. Como siempre digo; “si papá Dios no hubiera querido que le ayudaras, no te la hubiera puesto por delante”

Y bien, volviendo al tema, sea a este “lejano próximo temporal” o sean a nuestros “próximos naturales”, el ayudar a veces no es fácil; lo intentamos, lo intentamos y si contabilizáramos las ayudas efectivas encontraríamos que son muy pocas en relación con nuestro esfuerzo.

Muchas veces se nos va el tiempo en “hacer cosas por los demás sin que ellos asuman”, en “aconsejar sin que ellos actúen”, en “explicar sin que ellos acepten” en “tratar de arreglarles la vida sin que ellos mejoren”.

En esos casos es probable que estemos asumiendo el compromiso de ayudarlos desde nuestra vocación de redentor: “si yo lo tengo tan claro ¿cómo él no lo ve?, tengo que lograr que lo vea”

Quien se mete a redentor muere crucificado”, es una frase muy conocida que solo marca el hecho de que muchas veces asumimos tareas como no nos corresponden y estamos destinados al fracaso.

Con esta misma frase mal interpretada y con la experiencia de la “incapacidad del otro en entender mis razones”, comenzamos a adoptar posturas “cómodas” y comenzamos a utilizar frase como: “debemos querer a los demás como son”, “debemos respetar el libre albedrío”, “cada cabeza es un mundo”, etc., etc., etc.; todas frases muy ciertas pero que se aplican en contextos diferentes del aquí planteado.

Si estos clichés fueran ciertos en este contexto de ayuda, el ayudar a nuestro prójimo quedaría abolido. Por favor, podemos buscar salidas más elegantes al problema de no saber ayudar.

La ayuda entonces se plantea en saber ayudar, la cuestión no es ayudar o no ayudar. Primero dejemos de lado la vocación de redentor y entendamos que el bienestar final de alguien no depende “completamente” de nosotros. Pero si estamos “cerca” para dar una mano, tenemos la obligación de hacerlo. Atención, se peca también por omisión.

El dar una mano puede ser muy sencillo, pero tal vez es lo único que la persona necesita. Alguien perdido por un camino en una encrucijada con 14 calles, lo único que necesita es una fecha pintada en un cartel que le diga cual es el camino correcto. No necesita un carro más rápido, ni más luz, ni mejores vías, ni más gasolina, ni asientos de cuero, ni más acompañantes en el camino; solo una flecha.

¿Podemos decir que esa simple flecha ayudó? Si!!! muchísimo más que cualquier cosa. No podemos desprestigiar cualquier ayuda que podamos dar por mas pequeña que nos parezca.

Si aplicamos esto a nuestros prójimos, muchas veces la ayuda que necesitan es la sola compañía, o simplemente hacer cosas con él/ella, o presentarles lo que nos hizo bien a nosotros o llevarlo hacia otra persona a lo mejor con más herramientas para ayudarle.

Nuestro compromiso es ayudar, no necesariamente arreglarle la vida a nadie. Ante la gran diversidad de personas que conocemos y la gran cantidad de situaciones difíciles que pueden presentar, es probable que no tengamos las herramientas para ayudar, pero con mucha seguridad podremos decirles hacia donde ir según nuestra propia experiencia.

Recordemos la hermosa parábola del buen samaritano:

Juan, 10: 25-37
El buen samaritano

25 Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?
26 Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?
27 Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.
28 Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás.
29 Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?
30 Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto.
31 Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo.
32 Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo.
33 Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia;
34 y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó a una posada, y cuidó de él.
35 Al otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al posadero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese.
36 ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?
37 Él dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo.

En este pasaje definitivamente se enseña que no se debe pecar por indolente; hay que ocuparse de la asistencia básica del “próximo” que necesite ayuda. Luego, entendidas nuestras propias limitaciones, guiarlo al lugar apropiado (“la posada”) y remitirlo a la ayuda de alguien dispuesto para ello (“al posadero”) y no abandonarlo, sino ocuparse (sin abandonar nuestra propia vida) hasta donde sean nuestras posibilidades.

Cuidado en pasar de ser “ayudador” a estar “necesitado de ayuda” por intentar ayudar; no podemos ser redentores a menos que tengamos una causa noble signada únicamente por el mismo Dios.

Hay que notar que el samaritano no se llevó al necesitado a su casa, ni abandonó su vida para dedicarse a su cuidado; él hizo todo lo que pudo y cumplió con el mandamiento.

Ayudar siempre; aprendamos a ser articuladores de bienestar para los demás. Cada quien debe caminar su propio camino, pero a quien lo necesite podemos prestarles nuestras manos, o darle señales o mapas o cartas de navegación para que llegue a buen puerto, a lo mejor hasta acompañarlo parte del camino.

Dios no es loco; si pone en tu vida a alguien para que lo ayudes, no te va a exigir que lo hagas con algo que no tienes; si ves que no lo estás consiguiendo es que estás tratando de hacerlo de forma incorrecta, en ese momento conviértete en Buen Samaritano, llévalo a una posada y con un posadero que si pueda; será la mejor de las ayudas que puedas darle.

Dios te siga bendiciendo.

Namasté.
Pedro A. Gómez Ruzzo.
Master Reiki Usui-Tibetano, Karuna Ki, Reiki Mineral
Original: 08 de enero del 2013
Twitter: @eReiki