Autor:
Pedro A. Gómez Ruzzo
Vivimos
en un mundo aún algo confuso pero con personas cada vez más
comprometidas con el resto de la humanidad.
No
sé si siempre ha sido así; probablemente sea innato en la
naturaleza, pero lo que si es cierto es que entre las religiones (que
poco a poco van haciéndose más parte de la vida cotidiana) y con
las filosofías de vida estilo Nueva Era; la idea de que somos Uno,
de que debemos ayudar a nuestro prójimo es mejor asumida por
cada vez más personas.
Muchas
veces encontramos a personas a quienes quisiéramos ayudar (de hecho
las buscamos) y desde una actitud sincera y honesta les
prestamos nuestras manos para que mejoren alguna condición personal
que no le esté trayendo bienestar.
Y
hablo de una actitud sincera y honesta para excluir a los
“metiches”, a “los que buscan protagonizar”, a “los
manipuladores”, que siempre hay y que se presentan como redentores
de la humanidad entera.
Cuando
se nos invita a ayudar a “nuestro prójimo”, debemos leer bien:
”nuestro prójimo” (prójimo = cercano, vecino, próximo).
Nuestro prójimo no es todo el mundo, sino el que por alguna
relación esté cerca de nosotros (padre, hijos, hermanos,
vecinos – el de al dado -, compañero de trabajo – el de la misma
oficina o adyacente, etc.)
Esta
conciencia de “proximidad” es necesaria para ofrecer ayuda
y tiene sus razones místicas (kármicas). Esta “proximidad”
definitivamente hace más OBLIGANTE la ayuda en algunos casos;
obligación que no se tiene con los que no hay un compromiso tan
fuerte y que lo evidencia una relación ligera, lejana, poco tangible
o inexistente.
Además,
esta necesidad de “proximidad” parecería egoísta, pero en
realidad no lo es. Si de verdad nos hemos dedicado a sacar adelante
situaciones difíciles de nuestra propia familia, sabremos lo duro
que es y el tiempo y el esfuerzo que implican; en muchas de estas
situaciones difícilmente podemos tomar tiempo para nosotros mismos y
mucho menos para ayudar a los lejanos.
Y
por otro lado, el tema de ayudar no es únicamente nuestro. Si
conseguimos ayudar con eficiencia a nuestros próximos, ellos mismos
ayudarán a sus próximos y sus próximos a otros más allá
formándose una cadena de bienestar donde cada eslabón toma el
compromiso de su entorno inmediato, como debería ser, ¿no?
Debemos
cuidarnos siempre de no ser “luz para la calle y oscuridad para la
casa”. Muchas veces la ayuda la brindamos a personas lejanas a
nosotros, por la simple razón de que es más fácil, tenemos menos
compromiso en todos los niveles. Por eso la verdadera ayuda se da a
los más “próximos”.
Si
pudiéramos definir una escala de “próximos”, categorizada por
las relaciones de convivencia más “obligantes” (y por tanto de
ayuda), tendríamos en orden de más a menos próximos a:
padres-hijos
hermanos-hermanos
pareja-pareja
familia
extendida-familia extendida
amigos-amigos
vecinos-vecinos
todos
los demás.
Aclarado
el punto de lo que pudiéramos llamar “próximos naturales”, hay
otras personas que si bien no son familias pasan a comprometernos más
en algún momento. Estos son los que acuden a ti de forma
intencionada buscando de tu ayuda, o los que el destino (Dios, el
Universo, los ángeles...) te cruzan en el camino con algún
problema. Con esas personas uno pasa a tener una “obligación
temporal de ayuda”. Como siempre digo; “si papá Dios no hubiera
querido que le ayudaras, no te la hubiera puesto por delante”
Y
bien, volviendo al tema, sea a este “lejano próximo temporal” o
sean a nuestros “próximos naturales”, el ayudar a veces no es
fácil; lo intentamos, lo intentamos y si contabilizáramos las
ayudas efectivas encontraríamos que son muy pocas en relación con
nuestro esfuerzo.
Muchas
veces se nos va el tiempo en “hacer cosas por los demás sin que
ellos asuman”, en “aconsejar sin que ellos actúen”, en
“explicar sin que ellos acepten” en “tratar de arreglarles la
vida sin que ellos mejoren”.
En
esos casos es probable que estemos asumiendo el compromiso de
ayudarlos desde nuestra vocación
de redentor: “si yo lo tengo tan claro ¿cómo él
no lo ve?, tengo que lograr que lo vea”
“Quien
se mete a redentor muere crucificado”, es una frase muy
conocida que solo marca el hecho de que muchas veces asumimos tareas
como no nos corresponden y estamos destinados al fracaso.
Con
esta misma frase mal interpretada y con la experiencia de la
“incapacidad del otro en entender mis razones”, comenzamos a
adoptar posturas “cómodas” y comenzamos a utilizar frase como:
“debemos querer a los demás como son”, “debemos respetar el
libre albedrío”, “cada cabeza es un mundo”, etc., etc., etc.;
todas frases muy ciertas pero que se aplican en contextos diferentes
del aquí planteado.
Si
estos clichés fueran ciertos en este contexto de ayuda, el
ayudar a nuestro prójimo quedaría abolido. Por favor, podemos
buscar salidas más elegantes al problema de no saber ayudar.
La
ayuda entonces se plantea en saber ayudar,
la cuestión no es ayudar o no ayudar. Primero dejemos de lado
la vocación de redentor y entendamos que el bienestar
final de alguien no depende “completamente” de nosotros. Pero si
estamos “cerca” para dar una mano, tenemos la obligación de
hacerlo. Atención, se peca también por omisión.
El
dar una mano puede ser muy sencillo, pero tal vez es lo único que la
persona necesita. Alguien perdido por un camino en una encrucijada
con 14 calles, lo único que necesita es una fecha pintada en un
cartel que le diga cual es el camino correcto. No necesita un carro
más rápido, ni más luz, ni mejores vías, ni más gasolina, ni
asientos de cuero, ni más acompañantes en el camino; solo una
flecha.
¿Podemos
decir que esa simple flecha ayudó? Si!!! muchísimo más que
cualquier cosa. No podemos desprestigiar cualquier ayuda que podamos
dar por mas pequeña que nos parezca.
Si
aplicamos esto a nuestros prójimos, muchas veces la ayuda que
necesitan es la sola compañía, o simplemente hacer cosas con
él/ella, o presentarles lo que nos hizo bien a nosotros o llevarlo
hacia otra persona a lo mejor con más herramientas para ayudarle.
Nuestro
compromiso es ayudar, no necesariamente arreglarle la vida a nadie.
Ante la gran diversidad de personas que conocemos y la gran cantidad
de situaciones difíciles que pueden presentar, es probable que no
tengamos las herramientas para ayudar, pero con mucha seguridad
podremos decirles hacia donde ir según nuestra propia experiencia.
Recordemos
la hermosa parábola del buen samaritano:
Juan, 10: 25-37
El buen samaritano
25 Y he aquí un
intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro,
¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?
26 Él le dijo: ¿Qué
está escrito en la ley? ¿Cómo lees?
27 Aquél,
respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y
con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a
tu prójimo como a ti mismo.
28 Y le dijo: Bien has
respondido; haz esto, y vivirás.
29 Pero él, queriendo
justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?
30 Respondiendo Jesús,
dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos
de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron,
dejándole medio muerto.
31 Aconteció que
descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de
largo.
32 Asimismo un levita,
llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo.
33 Pero un samaritano,
que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a
misericordia;
34 y acercándose,
vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su
cabalgadura, lo llevó a una posada, y cuidó de él.
35 Al otro día al
partir, sacó dos denarios, y los dio al posadero, y le dijo:
Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando
regrese.
36 ¿Quién, pues, de
estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de
los ladrones?
37 Él dijo: El que
usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú
lo mismo.
En
este pasaje definitivamente se enseña que no se debe pecar por
indolente; hay que ocuparse de la asistencia básica del “próximo”
que necesite ayuda. Luego, entendidas nuestras propias limitaciones,
guiarlo al lugar apropiado (“la posada”) y remitirlo a la ayuda
de alguien dispuesto para ello (“al posadero”) y no abandonarlo,
sino ocuparse (sin abandonar nuestra propia vida) hasta donde sean
nuestras posibilidades.
Cuidado
en pasar de ser “ayudador” a estar “necesitado de ayuda” por
intentar ayudar; no podemos ser redentores a menos que
tengamos una causa noble signada únicamente por el mismo Dios.
Hay
que notar que el samaritano no se llevó al necesitado a su casa, ni
abandonó su vida para dedicarse a su cuidado; él hizo todo lo que
pudo y cumplió con el mandamiento.
Ayudar
siempre; aprendamos a ser articuladores de bienestar para los demás.
Cada quien debe caminar su propio camino, pero a quien lo necesite
podemos prestarles nuestras manos, o darle señales o mapas o cartas
de navegación para que llegue a buen puerto, a lo mejor hasta
acompañarlo parte del camino.
Dios
no es loco; si pone en tu vida a alguien para que lo ayudes, no te va
a exigir que lo hagas con algo que no tienes; si ves que no lo
estás consiguiendo es que estás tratando de hacerlo de forma
incorrecta, en ese momento conviértete en Buen Samaritano,
llévalo a una posada y con un posadero que si pueda; será la mejor
de las ayudas que puedas darle.
Dios
te siga bendiciendo.
Namasté.
Pedro
A. Gómez Ruzzo.
Master
Reiki Usui-Tibetano, Karuna Ki, Reiki Mineral
Original:
08 de enero del 2013
Twitter:
@eReiki