Autor: Pedro A. Gómez Ruzzo
En algún momento de nuestras vidas puede nacer la curiosidad o la necesidad
de acercarnos a ese terreno que se conoce como crecimiento espiritual.
El término “crecimiento espiritual” necesita de mucha explicación y
contextualización correcta. Pero se suele entender, de forma simplificada, como
el dedicarnos a esa parte de nosotros que puede ayudarnos cuando nos damos
cuenta que estamos sumidos en problemas. Claro, esto ocurre una vez que nos
hemos dado cuenta que no podemos salir adelante con lo que tenemos; y que necesitamos
ayuda adicional (valga la acotación, luego de haber probado diferentes enfoques
y terapias sin total satisfacción).
Pero uno descubre que entrar en este terreno es algo más que una terapia o
“algo que me hace alguien”. Es un camino que nosotros mismos debemos comenzar a
recorrer.
Muchas veces comenzamos a recorrer este camino por nuestra cuenta; sin
detenernos a pensar que si hasta ahora lo que hemos hecho solos no nos ha
ayudado, pues el enfoque debería ser diferente.
Y en esta búsqueda, no pasa mucho tiempo antes que nos presenten la idea de
que es necesario tener un “maestro espiritual”.
La idea de un “maestro espiritual” no es nueva para nosotros; la hemos visto
e incluso disfrutado en libros, anécdotas de amigos; y hasta en películas de
Hollywood. Pero cuando se trata de uno mismo, pareciera un absurdo tener o
depender de otra persona más (aunque llamen maestro espiritual), dada nuestra “capacidad
personal” y “dominio de la situación” (no nos damos cuenta ni dónde estamos
parados, ni lo que nos trajo a esta búsqueda).
Entonces consigues a alguien a quien le dicen “maestro espiritual”; y tú
comienzas a exponerte con precaución. Allí, el maestro espiritual comienza su
tarea.
Ver cuan apretados están tus
tornillos
Alguien espiritualmente serio, te dirá que si tu mente (tus procesos
mentales, frustraciones, estrés, etc.) te han llevado a buscar algo espiritual;
pues a esa misma mente no la debes meter en dicho escenario espiritual. Debes
dejar afuera a tu mente.
Aquí comienzan los choques y los enfrentamientos.
La mayoría de los problemas como seres humanos existen gracias a procesos
mentales mal llevados; y la forma de llevar mal los procesos mentales, es dándole
el protagonismo a nuestra mente en todo nuestro vivir.
La mayoría de nuestras situaciones de vida las abordamos desde nuestra
lógica (que no es la misma que la de los demás); desde nuestras expectativas
(que no son las misma que la de los demás), desde nuestra visión (que no son
las mismas que la de los demás); desde nuestra forma de actuar (que no es la
misma de los demás). Y es entonces donde comienzan los problemas graves.
Pero ¿qué hacemos nosotros al vernos en dichos problemas?
Pues empezamos a abordar a dichos problemas con la misma mente; y
comenzamos a buscar herramientas y técnicas mentales. Es como si nos hubiéramos
clavado un cuchillo y quisiéramos sacarlo empujando más fuerte para que salga
por el otro lado. No desvirtúo las terapias mentales; pero es notorio en la
práctica que pueden no ser la solución de muchos problemas.
Y si el abordaje de los problemas creados por la mente, se tratan de sanar
con la misma mente; el problema empeora. Y esto sucede porque nuestra mente
tiene una característica muy suya: ella se autoprotege.
La mente está diseñada para ser reactiva; para reaccionar hacia las cosas
que percibimos puedan hacernos daño. Por lo tanto, al sentirse agredida, esta
reacciona reforzándose aún más en su actitud.
Entonces, si volvemos al escenario espiritual, ¿qué es lo primero que
sucede cuando alguien nos dice que es nuestra misma mente la que nos está
haciendo daño y por tanto no podemos meterla en nuestro crecimiento espiritual?
Pues arremetemos contra esa idea “que pretende agredir a la mente” quitándole el
control y dejando de lado todo lo que con ella hemos aprendido.
Podemos llevar muchos años sufriendo por la mente y a la vez estar
intentando sanar gracias a ella. Y en todo ese esfuerzo vamos adquiriendo
conceptos, formas de pensamiento, creencias, actitudes; en fin, seguimos
afilando el cuchillo para sacarlo por el otro lado.
Realmente a lo largo de los años habremos acumulado un trabajo arduo con
nuestra mente; pero del cual nunca hemos obtenido el fruto esperado; más allá
de ciertas mejores puntuales y temporales.
Y ese esfuerzo humano/mental va formando en la persona una sensación de
“empoderamiento”, de “autocontrol”, de “soberbia mental”; el cual tratará de no
negociar con nadie, a pesar de tener la necesidad espiritual. Porque a pesar de
todo el trabajo, muy en el fondo tenemos cosas “no satisfechas”
En tristemente común ver a personas con sus vidas “hechas cuadritos”; a
quienes les ha pasado mil y una cosas; con momentos pasados y presentes de muy
difíciles; inconformes con la vida; frustradas; pero que extrañamente defiende
sus formas de pensar y sus conceptos mentales a capa y espada. Les cuesta darse
cuenta de que son esos mismos conceptos y formas tan mentales de ver la vida,
los que les dan esos malestares.
Lo más fácil entonces es encontrar a los culpables y responsables de
nuestras insatisfacciones fuera de nosotros.
Incluso un Dios castigador o el mismo diablo llegan a servir como
argumentos de malestar y desdichas; antes de creer que hemos vivido con argumentos
equivocados
Nos atornillamos tanto lo que hemos aprendido mentalmente, lo que hemos
razonado por años, lo que hemos defendido contra todo; aunque nos estén
haciendo daño.
Pues aquí comienza el trabajo de un maestro espiritual: comenzar a ver cuan
apretados está esos tornillos mentales en el postulante a un camino de
crecimiento espiritual.
¿Cómo lo hace el maestro? Pues moviéndolos un poco, tratando de aflojarlos;
para ver cuan apretados están. A esta acción del maestro espiritual, que muchas
veces es una simple conversación, la persona reacciona molestándose,
sintiéndose violentado en sus ideas y conceptos; y hasta calificando al maestro
de egocéntrico y soberbio (su reflejo en el espejo).
La aceptación del maestro espiritual
Este primer encuentro con un maestro espiritual, se siente como una lucha
mental; un enfrentamiento de personalidades humanas/mentales.
Aquí, el maestro simplemente está buscando darle vuelta a los tornillos al
contrario de cómo fueron apretados o, si queremos mantener el ejemplo, solo
está tirando un poco del cuchillo enterrado para ver hasta que punto se pudiere
sacar.
Muchas personas no aceptan esa intromisión en sus “bastiones mentales”
(ideas, conceptos, formas de entender la vida, etc.) y se retiran (molestos o educadamente).
Fin de la tarea espiritual.
Pero otros sí continúan, aceptando, con humildad humana, la “manifiesta
soberbia del maestro espiritual”. Benditos ellos; han cumplido el primer
requisito para comenzar un crecimiento espiritual. Más adelante entenderán el
porqué esto les da ventaja sobre los demás.
Una de las cosas que se descubre de un maestro espiritual, es su notable
humildad; tanto hacia las demás personas y como hacia Dios. Pero únicamente lo
pueden decir quienes hayan aceptado y convivido con un verdadero maestro
espiritual.
Y es que el solo hecho de enfrentarse a alguien muy mental, para intentar confrontar
a su mente y que así comience a revaluar conceptos que le llevaron al malestar;
todo esto bajo pena de ser llamado soberbio y farsante, es ya suficiente
humildad.
Una vez que el aspirante espiritual tiene la suficiente entereza para
reconocer que su visión mental de la vida puede ser parte del problema; es
cuando tiene la posibilidad de aceptar al maestro. Y es en ese momento cuando el
maestro puede comenzar a señalarle el camino para que su espíritu aflore, para
que se comience a manifestar su espíritu.
Con todo esto vemos que el maestro espiritual solo busca ver si la mente
del postulante tiene la capacidad de ceder el control a ese “algo” que el mismo
maestro tratará de elevar: el espíritu del postulante.
Si la mente se defiende mucho, al maestro espiritual ni le importa ni gana
nada haciendo el esfuerzo; hay muchas otras personas mejor dispuestas.
Mientras la mente se mantenga protagonista en todo, el espíritu permanecerá
oculto en todo. Es así de categórico, aunque la misma mente o lo crea; y la
persona “se sienta espiritual”
La espiritualidad en niños
Y es una realidad que desarrollar la espiritualidad en algunas personas es
más difícil que en otras.
Por ejemplo, en personas adultas que se sienten dueñas de sus vidas (aunque
estas estén haciendo aguas); en personas con mucho conocimiento y que hayan
sido honradas por ello; en personas con muchos logros “personales”; en personas
con autoestimas bajas o situaciones de vida difíciles que hayan aprendido a
superarse a la fuerza. Todas son del tipo de personas donde la mente puede
estar protagonizando.
Ninguna de esas actitudes que señalo es negativa, hasta que comienzan a dar
problemas.
Si nos damos cuenta, cada una de estas formas de ser puede llevar el
esfuerzo de años en desarrollarse; o mejor dicho en “atornillarse”.
En cambio, plantear un crecimiento mental en los niños es mucho más natural;
y en las culturas realmente espirituales/religiosas se aprovecha este hecho.
Y no es el caso de que los niños sean más manipulables que los adultos, ya
que no es un “lavado de cerebro”. La verdadera espiritualidad no plantea ningún
tipo de alienación. Por el contrario, la espiritualidad, correctamente llevada,
plantea un equilibrio entre la mente, el alma y el espíritu.
Recuerden que dije desde el principio que el problema se presenta cuando
“la mente protagoniza”. En este caso la mente desplaza tanto al alma como al
espíritu y ella asume el control de cada vivencia; inclusive de lo que no le
incumbe.
Desde niño, sí se puede comenzar a plantear sin mucho trauma ese equilibrio
necesario entre mente, alma y espíritu.
Si esto se comienza a hacer, cuando el adulto deba ser mental, lo será;
pero cuando deba ser espiritual, la mente cederá el paso al espíritu y podrá
serlo. Este equilibrio entre las consciencias es el estado ideal del Ser. (leer
el artículo “El equilibrio entre las consciencias”)
El problema es que en nuestra sociedad moderna, mental y autosuficiente; la
espiritualidad es simplemente un recurso al que se acude cuando se tienen
problemas; generalmente ya como adultos con mentes tristemente consolidadas y
endurecidas.
Pero ¿un maestro espiritual
físico?
Pero todavía hay una duda muy válida a la hora de aceptar a un maestro
espiritual.
¿Será mejor un maestro espiritual en “carne y hueso” o uno
“etéreo”/desencarnado?
La respuesta es sencilla y depende de la personas.
Cada quien debe preguntarse: ¿quién puede luchar más con tu mente y
quitarle el protagonismo de tu vida? ¿Un maestro que no oyes, ni ves, ni tiene
la capacidad de alegarte; y que depende de tu propia argumentación mental? ¿O
alguien que puedas tener al frente y tratar personalmente?
Te lo pongo diferente: ¿quién puede hacerte “bajar más la cabeza” (destronar
a tus argumentos mentales)?
Pongamos un ejemplo con un maestro desencarnado.
Si es Jesucristo quien puede hacerte bajar la cabeza ante las situaciones
que te suceden o ante lo que los demás te hagan; si es Él quien puede lograr
que te des cuenta de que has vivido de la forma equivocada; si es Él quien
puede enseñarte como hacerlo mejor; y si es a Él a quien no le antepones tus
creencias, conceptos y formas personales de ver la vida sino que aceptas sin
chistar sus lineamentos; pues nunca tendrás un mejor Maestro Espiritual que Él;
olvídate de los de “carne y hueso”
Pero si ves a las enseñanzas cristianas a través de tu propio cristal y las
acomodas a tu conveniencia, o si solo cumples los mandamientos que puedas, o
simplemente las entiendes a medias o no sabes cómo practicarlas en realidad; pues
simplemente no estás a la altura de Jesucristo. Búscate uno de menor rango, tal
vez de “carne y hueso”, con quien tratar personalmente.
Recuerda que el mismo Jesús les ponía las cosas muy estrictas a sus
discípulos:
Mateo 10:37-39 Reina-Valera
1960 (RVR1960)
(Y Jesús llamó a sus discípulos – a quienes para Él
era su maestro espiritual - y les dijo)… “37 El que ama
a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más
que a mí, no es digno de mí; 38 y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es
digno de mí. 39 El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida
por causa de mí, la hallará.”
Uno de los argumentos mentales de aquellas personas con pocas posibilidades
de crecer espiritualmente, es la idea de que un maestro espiritual en “carne y
hueso”, no sirve. Definitivamente hay mejores, pero hay que tener cuidado de
que no sea un argumento mental evasivo, simplemente para no ceder.
El impacto positivo de tener a un maestro espiritual es mucho más de lo
explicado en estos párrafos; y escapa al entendimiento mental e incluso humano.
Esto que expliqué es simplemente el disparo de salida en la carrera del
crecimiento espiritual. Tú sabrás si te quedas en el aparato o comienzas a
correr.
Namasté
Pedro A. Gómez Ruzzo.
Master Reiki Usui-Tibetano, Karuna Ki, Reiki Mineral
Original: 04 de noviembre del 2015.
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Palabras-claves maestro, crecimiento espiritual, mental,
soberbia, humildad, niños, alma, espíritu, equilibrio, conciencias
Namasté Maestro, con su detallada y sabia explicación nos dice el impacto positivo de tenerlo; yo particularmente no puedo explicar con palabras, la magnificencia, el agradecimiento, la bendición, etc... que es el poder crecer espiritualmente a los pies de un Maestro como usted.
ResponderEliminarSi una persona no es capaz de bajar la cabeza con un Maestro espiritual de carne y hueso que está ahí para lanzarnos una mirada o un regaño, menos lo hará ante Jesús a quien no puede "ver o escuchar".
ResponderEliminarGracias por sus enseñanzas Maestro y por acompañarnos en este camino.
Namasté.
Namasté.
ResponderEliminarEstoy agradecida de tenerlo Maestro.