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sábado, 9 de agosto de 2014

Había una vez un joven



Autor: Pedro A. Gómez Ruzzo

Había una vez un joven, alrededor de sus trece años, que llevaba una situación personal difícil, que si bien puede parecer de poca monta, para él era importante. 

Tímido de naturaleza, con una forma de ser poco tradicional entre los jóvenes de su edad, tenía en su colegio muy pocos amigos: en realidad dos. Dicho amistad, terminó siendo compañerismo; pero un compañerismo forzado. Si bien no se metían en ningún problema grave, uno de sus dos compañeros comenzó a tomar el liderazgo de los tres y comenzó a ejercerlo de forma patológica.

Se tenían que reunir las veces que él quería, donde a él le gustaba; se debía hacer lo que él decía; había que decir lo que él proponía. Las tareas y los exámenes eran apoyados por los otros dos, bajo amenaza de consecuencias desagradables.

La timidez y la poca destreza de lucha de nuestro joven, el más “débil” de los tres; lo llevo a vivir en soledad momentos difíciles: poniendo excusas absurdas para no reunirse; intentando faltar al colegio; prefiriendo no sacar buenas notas para no destacar sobre su compañero; etc. Las familias eran ignorantes de dichas situaciones; porque más allá de tener hijos académicamente mediocres, allí no pasaba nada.

Pero nuestro “débil” amigo, tenía una “fortaleza oculta”. Él sabía, dentro de su formación espiritual, que no estaba solo; y que cumplidas algunas condiciones particulares, los “de arriba” lo podían ayudar.

Tal vez en esa situación por primera vez comenzó a rezar pidiendo ayuda para sí mismo. Pero era una oración constante, sin condicionar lo que debía pasar, simplemente pidiendo que su situación cambiara para que él no sufriera tanto. 

Como podemos imaginar su petición fue escuchada. Al terminar ese año escolar, sus otros dos compañeros fueron “sacados” del colegio. Más allá de la extrañeza de todos, ya que ante los ojos del mundo no eran chicos problemas; la razón real nunca se llegó a presentar.
Afortunadamente para ellos, también todo fue bien. 

No les presento aquí solo una historia bonita; sino que les traigo una enseñanza que un no finaliza y que bajo los principios espirituales apropiados y enmarcada en los escenarios donde corresponda, puede definir el proceso real de enfrentar muchos de nuestros problemas de vida.

Recuerden que el joven sabía que para recibir ayuda se debían cumplir “ciertas condiciones particulares”. El que tenga oídos que oiga.

  1. Tener la certeza de que no se está solo en el mundo con los problemas. Que hay “seres” que pueden ayudar si estas condiciones se dan.
  2. Reconocer la propia debilidad en la resolución de los problemas. Esto nunca significa “echarse a morir”, sino seguir asumiendo la situación de la mejor manera posible con la confianza de que dicho esfuerzo será recompensado; aunque no se sepa de qué forma. Cero expectativas.
  3. El asumirla de la mejor manera posible implica además hacer el mayor esfuerzo posible para evitar vivir en “sufrimiento lastimero”
  4. En cada momento difícil, atajarse el malestar recordando que hay “seres arriba” que ante nuestra propia debilidad, ya están tomando medidas para que la situación se resuelva. Esto se puede hacer colocándose en oración.
  5. Y no solo en oración compulsiva cada vez que el malestar se evidencia; sino que debe haber una rutina de oración constante, donde más que la petición, predomine la confianza en los “de arriba”, sabiéndose en las manos de ellos.
Estos sencillos pasos parecen los lógicos, pero para la mayoría de la gente la norma es otra:

  1. Se duda de que merecemos ayuda; o de que la misma sea posible; o de que las situaciones dependen únicamente de nosotros.
  2. Se cree en que depende de “nuestras acciones” (en vez de nuestra actitud) el “que todo vaya bien”.
  3. Es todo un tema  de altivez “el sentirnos heridos en nuestro amor propio”; en realidad es en nuestra personalidad egocéntrica (que se debe erradicar), nunca es en nuestro espíritu.
  4. En los momentos difíciles no nos atajamos, sino que tenemos la necesidad de responder con igual o mayor intensidad de fuerza, de lucha.
  5. Y la oración se suele hacer, pero sin respetar las condiciones anteriores; es decir que no termina sirviendo para nada.
Yo siempre he dicho; que si Dios, o los santos, o los “de arriba”, sienten tu “empoderamiento activo”. tu sensación de “lucha aguerrida” en resolver las situaciones; pues respetan tu decisión y te dejan solo. Es lo que corresponde al libre albedrío.

¿Se consiguen logros de esa forma tan personal? Claro que sí. Pero en aquellas situaciones complejas donde está en juego más que la simple terrenalidad, probablemente caigamos en un foso del cual no podamos salir.

Para concluir el cuento les puedo decir que esto que hizo nuestro joven, aún lo usa; aún le sirve. Y hoy en día trata de enseñar a la gente a conquistar dichas condiciones particulares para que Dios pueda participar de forma activa en sus vidas.

Namasté.

Pedro A. Gómez Ruzzo.
Master Reiki Usui-Tibetano, Karuna Ki, Reiki Mineral

Original: 09 de agosto del 2014.
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Palabras empoderamiento, atajarse, lucha, problemas, debilidad, sufrimiento, lastimero

3 comentarios:

  1. Namasté Maestro.
    Creo a que a mí me va a servir este escrito más temprano que tarde.
    Porque tengo tiempo trabajando un rasgo de mi personalidad que me hace sufrir, y que si bien he podido minimizar, aun no he logrado erradicar por completo.
    Y veo que lo que me falta es reconocerme como "débil", que no todo depende de mí, que sí debo hacer mi esfuerzo pero que hay cosas que tengo que entregar a instancias superiores para que puedan sanar.
    CEH

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  2. Esta historia me ayudarà mucho para mi día a día. Namasté

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  3. Agradecida como siempre por tener la oportunidad de leer sus escritos, aunque este en particular me hizo llorar.
    Namaste.

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