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martes, 8 de enero de 2013

Ayudar o no ayudar, ¿esa es la pregunta?

Autor: Pedro A. Gómez Ruzzo

Vivimos en un mundo aún algo confuso pero con personas cada vez más comprometidas con el resto de la humanidad.

No sé si siempre ha sido así; probablemente sea innato en la naturaleza, pero lo que si es cierto es que entre las religiones (que poco a poco van haciéndose más parte de la vida cotidiana) y con las filosofías de vida estilo Nueva Era; la idea de que somos Uno, de que debemos ayudar a nuestro prójimo es mejor asumida por cada vez más personas.

Muchas veces encontramos a personas a quienes quisiéramos ayudar (de hecho las buscamos) y desde una actitud sincera y honesta les prestamos nuestras manos para que mejoren alguna condición personal que no le esté trayendo bienestar.

Y hablo de una actitud sincera y honesta para excluir a los “metiches”, a “los que buscan protagonizar”, a “los manipuladores”, que siempre hay y que se presentan como redentores de la humanidad entera.

Cuando se nos invita a ayudar a “nuestro prójimo”, debemos leer bien: ”nuestro prójimo” (prójimo = cercano, vecino, próximo). Nuestro prójimo no es todo el mundo, sino el que por alguna relación esté cerca de nosotros (padre, hijos, hermanos, vecinos – el de al dado -, compañero de trabajo – el de la misma oficina o adyacente, etc.)

Esta conciencia de “proximidad” es necesaria para ofrecer ayuda y tiene sus razones místicas (kármicas). Esta “proximidad” definitivamente hace más OBLIGANTE la ayuda en algunos casos; obligación que no se tiene con los que no hay un compromiso tan fuerte y que lo evidencia una relación ligera, lejana, poco tangible o inexistente.

Además, esta necesidad de “proximidad” parecería egoísta, pero en realidad no lo es. Si de verdad nos hemos dedicado a sacar adelante situaciones difíciles de nuestra propia familia, sabremos lo duro que es y el tiempo y el esfuerzo que implican; en muchas de estas situaciones difícilmente podemos tomar tiempo para nosotros mismos y mucho menos para ayudar a los lejanos.

Y por otro lado, el tema de ayudar no es únicamente nuestro. Si conseguimos ayudar con eficiencia a nuestros próximos, ellos mismos ayudarán a sus próximos y sus próximos a otros más allá formándose una cadena de bienestar donde cada eslabón toma el compromiso de su entorno inmediato, como debería ser, ¿no?

Debemos cuidarnos siempre de no ser “luz para la calle y oscuridad para la casa”. Muchas veces la ayuda la brindamos a personas lejanas a nosotros, por la simple razón de que es más fácil, tenemos menos compromiso en todos los niveles. Por eso la verdadera ayuda se da a los más “próximos”.

Si pudiéramos definir una escala de “próximos”, categorizada por las relaciones de convivencia más “obligantes” (y por tanto de ayuda), tendríamos en orden de más a menos próximos a:

  1. padres-hijos
  2. hermanos-hermanos
  3. pareja-pareja
  4. familia extendida-familia extendida
  5. amigos-amigos
  6. vecinos-vecinos
  7. todos los demás.

Aclarado el punto de lo que pudiéramos llamar “próximos naturales”, hay otras personas que si bien no son familias pasan a comprometernos más en algún momento. Estos son los que acuden a ti de forma intencionada buscando de tu ayuda, o los que el destino (Dios, el Universo, los ángeles...) te cruzan en el camino con algún problema. Con esas personas uno pasa a tener una “obligación temporal de ayuda”. Como siempre digo; “si papá Dios no hubiera querido que le ayudaras, no te la hubiera puesto por delante”

Y bien, volviendo al tema, sea a este “lejano próximo temporal” o sean a nuestros “próximos naturales”, el ayudar a veces no es fácil; lo intentamos, lo intentamos y si contabilizáramos las ayudas efectivas encontraríamos que son muy pocas en relación con nuestro esfuerzo.

Muchas veces se nos va el tiempo en “hacer cosas por los demás sin que ellos asuman”, en “aconsejar sin que ellos actúen”, en “explicar sin que ellos acepten” en “tratar de arreglarles la vida sin que ellos mejoren”.

En esos casos es probable que estemos asumiendo el compromiso de ayudarlos desde nuestra vocación de redentor: “si yo lo tengo tan claro ¿cómo él no lo ve?, tengo que lograr que lo vea”

Quien se mete a redentor muere crucificado”, es una frase muy conocida que solo marca el hecho de que muchas veces asumimos tareas como no nos corresponden y estamos destinados al fracaso.

Con esta misma frase mal interpretada y con la experiencia de la “incapacidad del otro en entender mis razones”, comenzamos a adoptar posturas “cómodas” y comenzamos a utilizar frase como: “debemos querer a los demás como son”, “debemos respetar el libre albedrío”, “cada cabeza es un mundo”, etc., etc., etc.; todas frases muy ciertas pero que se aplican en contextos diferentes del aquí planteado.

Si estos clichés fueran ciertos en este contexto de ayuda, el ayudar a nuestro prójimo quedaría abolido. Por favor, podemos buscar salidas más elegantes al problema de no saber ayudar.

La ayuda entonces se plantea en saber ayudar, la cuestión no es ayudar o no ayudar. Primero dejemos de lado la vocación de redentor y entendamos que el bienestar final de alguien no depende “completamente” de nosotros. Pero si estamos “cerca” para dar una mano, tenemos la obligación de hacerlo. Atención, se peca también por omisión.

El dar una mano puede ser muy sencillo, pero tal vez es lo único que la persona necesita. Alguien perdido por un camino en una encrucijada con 14 calles, lo único que necesita es una fecha pintada en un cartel que le diga cual es el camino correcto. No necesita un carro más rápido, ni más luz, ni mejores vías, ni más gasolina, ni asientos de cuero, ni más acompañantes en el camino; solo una flecha.

¿Podemos decir que esa simple flecha ayudó? Si!!! muchísimo más que cualquier cosa. No podemos desprestigiar cualquier ayuda que podamos dar por mas pequeña que nos parezca.

Si aplicamos esto a nuestros prójimos, muchas veces la ayuda que necesitan es la sola compañía, o simplemente hacer cosas con él/ella, o presentarles lo que nos hizo bien a nosotros o llevarlo hacia otra persona a lo mejor con más herramientas para ayudarle.

Nuestro compromiso es ayudar, no necesariamente arreglarle la vida a nadie. Ante la gran diversidad de personas que conocemos y la gran cantidad de situaciones difíciles que pueden presentar, es probable que no tengamos las herramientas para ayudar, pero con mucha seguridad podremos decirles hacia donde ir según nuestra propia experiencia.

Recordemos la hermosa parábola del buen samaritano:

Juan, 10: 25-37
El buen samaritano

25 Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?
26 Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?
27 Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.
28 Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás.
29 Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?
30 Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto.
31 Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo.
32 Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo.
33 Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia;
34 y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó a una posada, y cuidó de él.
35 Al otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al posadero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese.
36 ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?
37 Él dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo.

En este pasaje definitivamente se enseña que no se debe pecar por indolente; hay que ocuparse de la asistencia básica del “próximo” que necesite ayuda. Luego, entendidas nuestras propias limitaciones, guiarlo al lugar apropiado (“la posada”) y remitirlo a la ayuda de alguien dispuesto para ello (“al posadero”) y no abandonarlo, sino ocuparse (sin abandonar nuestra propia vida) hasta donde sean nuestras posibilidades.

Cuidado en pasar de ser “ayudador” a estar “necesitado de ayuda” por intentar ayudar; no podemos ser redentores a menos que tengamos una causa noble signada únicamente por el mismo Dios.

Hay que notar que el samaritano no se llevó al necesitado a su casa, ni abandonó su vida para dedicarse a su cuidado; él hizo todo lo que pudo y cumplió con el mandamiento.

Ayudar siempre; aprendamos a ser articuladores de bienestar para los demás. Cada quien debe caminar su propio camino, pero a quien lo necesite podemos prestarles nuestras manos, o darle señales o mapas o cartas de navegación para que llegue a buen puerto, a lo mejor hasta acompañarlo parte del camino.

Dios no es loco; si pone en tu vida a alguien para que lo ayudes, no te va a exigir que lo hagas con algo que no tienes; si ves que no lo estás consiguiendo es que estás tratando de hacerlo de forma incorrecta, en ese momento conviértete en Buen Samaritano, llévalo a una posada y con un posadero que si pueda; será la mejor de las ayudas que puedas darle.

Dios te siga bendiciendo.

Namasté.
Pedro A. Gómez Ruzzo.
Master Reiki Usui-Tibetano, Karuna Ki, Reiki Mineral
Original: 08 de enero del 2013
Twitter: @eReiki

7 comentarios:

  1. maestro gracis.

    Ayudar puede ser solo acompanarlo en su camino y dejar que lo recorra. Dandole una mano cuando lo necesite.

    un abrazo
    silvia

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  2. Que coincidencia; hoy conversaba a cerca de la ayuda que ofrecemos a nuestro prójimo; de cómo saber hasta qué punto ayudar... Cuanta sabiduría Maestro; mejor explicación imposible... Gracias!

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  3. Excelente artículo Maestro, lleno de sabiduría y que nos invita a la reflexión. Considero "la oración" la mejor de las formas de ayudar a mi prójimo. Me sorprendo pensando en una historia que me aconteció cuando vivía en Nueva York entre los años 1989 - 1993. Apenas llegué a la ciudad de los rascacielos lo primero que hice fue buscar una iglesia cerca de donde vivía, sin importarme si era católica, luterana o lo que fuera. Vi varias hasta que me paré al frente de una que me invitaba a entrar. Asistí al servicio el siguiente domingo y todos los domingos siguientes. Me hice muy amiga del Reverendo Kraemer y su esposa, bastante mayores los dos, tanto que semanalmente me invitaban a su casa a tomar el té con ellos. Un día el Reverendo me dijo que quería conversar conmigo sobre un asunto personal y me comentó que su esposa le había dado un ultimatum porque estaba cansada de atender a la mamá de él y le había dicho: "Elige entre tu mamá y yo". El estaba sumamente angustiado y yo solo le dije "vamos a orar y todo se solucionará"......(imagínense diciéndole yo eso a un Reverendo). Saben lo que pasó? La mamá de 93 años se murió en menos de una semana !!! y como ésta tengo muchas historias..... que con la oración se han resuelto. Namasté.

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  4. No pecar por omisión. gracias thais.

    Namaste

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  5. Maestro.

    Gracias por Compartir tanto de todo...

    "Ayudar siempre; aprendamos a ser articuladores de bienestar para los demás. Cada quien debe caminar su propio camino, pero a quien lo necesite podemos prestarles nuestras manos, o darle señales o mapas o cartas de navegación para que llegue a buen puerto, a lo mejor hasta acompañarlo parte del camino."

    Namasté

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  6. Maestro, mi amor a Dios coloca sus benditos escritos en mi camino, y sus enseñanzas me permiten identificar para seguir avanzando. Namaste, maestro

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  7. Este artículo me cayó como anillo al dedo Maestro... muchas gracias una vez más por sus enseñanzas y por sus artículos que son eternos recordatorios para nosotros...

    Namasté

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