Autor: Pedro A. Gómez Ruzzo
Había una vez un Rey de una gran comarca. Su reino
tenía muchas tierras, muchísimos súbditos y él gobernaba con mucha justicia.
Eso tenía a todos muy felices. Un reino así era los que todos deseaban; y sobre
todo, los habitantes de las comarcas cercanas.
Un día, llegó a los oídos del Rey la noticia de que una comarca cercana
estaba muy mal. Las personas que la habitaban no eran nada felices; vivían en
constante desazón y nadie apostaba por su futuro.
El Rey quiso ver si podía hacer algo para llevar un poco de las riquezas
que su reino tenía. Entonces, preparó varias carrozas; asignó a varios de sus
consejeros; se acompañó de varios de sus guerreros; y junto a muchos de sus
sirvientes emprendieron el viaje.
Después de tres días de camino llegaron a la comarca vecina; y si bien la
caravana nunca se detuvo; el Rey se bajó de su carroza y acompañándose de
algunos pocos de sus consejeros y sirvientes, comenzó a caminar entre la gente.
El Rey observaba con dolor cómo los aldeanos no vivían, sino que
sobrevivían. Eso les llevaba a discutir, pelear e incluso asesinarse entre
ellos. Los miembros de una misma familia no confiaban entre sí; los hijos
engañaban a sus padres; lo padres abusaban de sus hijos.
Esos aldeanos habían aprendido a desconfiar de todo, incluso de la vida
misma. Aún, a su propio vecino lo sentían como su peor enemigo. Y el único
objetivo que tenían era el de seguir vivos al día siguiente: sentían que no
tenían futuro.
El Rey caminaba entre ellos y muchos le agredían; porque nunca habían visto
a un Rey. Otros, que sí sabían que era importante, se le acercaban entre
sollozos pidiéndole que ayudara a la comarca.
“Querido Rey, te lo rogamos; ayuda a nuestro pueblo;
cubre nuestras necesidades; manda a construye nuestras casas; danos oro;...”
Y el Rey solo les respondía:
“Les soy sincero: este no es mi reino. No me pidan
nada para acá, porque de no soy rey de esta comarca y no puedo hacer nada.
Si lo desean vengan conmigo; mis consejeros les dirán
qué hacer para unirse a mi caravana. Al final de mi viaje, volveremos a mi
reino y allí podrán vivir en paz para siempre; únicamente con ser mis vasallos.”
Algunos aldeanos no querían dejar sus miserables vidas y pertenencias;
porque tenían miedo de quedarse sin nada. Simplemente no confiaban en la
palabra de ese rey al que no reconocían.
En cambio, otros aldeanos sí se interesaron y esperaban las instrucciones
del Rey. Este les dijo:
“En mi caravana deben llevar solo lo que sus
cuerpos puedan cargar. Las cosas que no les pertenecen, deben dejarlas. Los
sentimientos hacia los demás que les hacen daño deben dejarlos; el juicio no
cabe en las carrozas. Despídanse con bien de los que están molestos con ustedes
antes de subir; y prométanme que me harán caso en todo los que yo les diga. Así
podré ser su Rey y rodearles de bienestar en mi Reino.”
Pero a la mayoría de los aldeanos, estas peticiones del Rey les parecieron
muy duras; por lo que se quedaron en sus aldeas. Muy pocos las aceptaron y
pudieron emprender el viaje con el Rey.
Ya cuando faltaban pocas horas antes de volver al reino; uno de sus
consejeros le preguntó al Rey:
“Mi Señor, por qué este pueblo está a la deriva;
sin futuro; con tanta incertidumbre; y sin la más mínima justicia.”
Y el Rey con su sabiduría le respondió a su consejero:
“Buen consejero; cuando una comarca no tiene un Rey
que sea poderoso y justo; y que no haga diferencia entre sus súbditos; el
pueblo pierde el rumbo.
En esas comarcas, cada quien se cree dueño de su
vida; y por lo tanto defiende sus propios intereses. No saben trabajar juntos;
nadie piensa por los demás, más allá de su propio beneficio.
En estas comarcas sin Rey; se erigen personas con
autoridad que solo piensan por sus grupos; y entonces las luchas se hacen más
fuertes.
Nadie respeta a nadie; porque no hay la figura
necesaria de un Rey benevolente y poderoso para todos.
Pero ya es hora de irnos, hemos estado un día y
nueve horas caminando por estas calles.”
Pero el consejero le pide:
“Pero Mi Señor, no podemos abandonarlos a su
suerte; tú eres misericordioso y está en ti darle las oportunidades que
necesiten.”
El Rey miró al consejero agradeciéndole su bondad y le dijo:
“Tienes razón, buen consejero; nosotros siempre
seremos el reino de al lado. Toma algunos pocos consejeros y quédate en esta
comarca.
Si algún aldeano despierta, ustedes deben darles
las instrucciones para llegar a nuestro Reino.
Pero sean severos; instruyan solo a los que estén
dispuestos a abandonar sus miserias de este lado; y a honrar sobre todas las
cosas, a la otra vida que tendrán.
Ahora sí, recojan a los que se vienen ya con
nosotros y ustedes esperen aquí; que vendremos de vez en cuando para relevarles
y para traerles provisiones. En cada viaje podremos llevarnos a los que se
hayan convencido.”
Y el consejero lleno de amor le dijo al Rey:
“Así se hará Mi Señor; aquí quedaremos para tu
servicio.”
Y allí quedaron pocos consejeros; con días difíciles pero cumpliendo con su
labor. Siempre estaban disponibles cada vez que alguien despertaba
preguntándose si podría haber una vida mejor.
Entonces, los consejeros les hablaban del Reino de al lado y del Rey que lo
gobernaba. Algunos pocos se enamoraban de la idea y emprendía el camino a ese
nuevo Reino.
Namasté
Pedro A. Gómez Ruzzo.
Master Reiki Usui-Tibetano,
Karuna Ki
Original: 05 de mayo del 2015
http://cartelesmaestros.blogspot.com/
Twitters:
@SanaCristica @eReiki @EvolConsc @pagr777
@AdamaConsc
Palabras-claves: cuento, rey, reino, caravana,
gobernante, miserias
Debo confesar que se me erizó la piel al leer este artículo... gracias por quedarse con nosotros y hablarnos del otro reino...
ResponderEliminarNamasté